26 de febrero de 2016

E de Emociones y Empatía


Yo soy muy llorona. Pero mucho. Lloro tanto de alegría como de pena.
También me río mucho, muchísimo. Y de hecho si me entra la risa tonta, puedo ser muy pesada.
También me enfado, a veces el enfado es suave, otras es mejor que no te pille delante.
También me decepciono. Y me derrumbo.
Pero también tengo el alma cálida, fuerza para levantarme después de cada caída o tropezón y creo en las personas, aun cuando me han clavado el puñal por todas partes y varias veces.
No escondo mis emociones. No me avergüenzo de ellas. No creo que mostrarlas sea signo de debilidad. Tampoco digo que lo sea de fuerza. Simplemente las vivo y las muestro porque soy así.
Dicen que soy una persona muy resiliente. Tal vez. Yo creo que más que resiliencia lo que tengo es amor por la vida, la mía y la de los míos. Y es justo eso lo que intento transmitir a mis hijos, con mis actos y mis palabras.
Me equivoco. Con ellos. Mucho. Muchas veces muchos días. También me disculpo cada una de esas veces. Creo firmemente que es la mejor manera de que ellos aprendan a disculparse cuando cometan errores también. Saben que soy humana y extremadamente patosa, pero pienso que igualmente saben que los amo por encima de todo y que mi vida tiene más sentido gracias a su existencia.

Yo soy muy llorona. Y muy payasa. Mis hijos me ven llorar y hacer el cabra a partes iguales. Y se sienten libres para preguntarme el porqué de mis llantos. Y yo me siento libre y en absoluta confianza de contarles por qué lloro o por qué me siento tan viva y feliz.
En casa no nos escondemos. No tenemos tabúes, ni secretos, ni temas prohibidos. Nadie nos garantiza que eso lo haga todo más fácil. Vamos a vernos en mil y una situaciones complicadas porque su crianza no ha hecho más que empezar. Pero todas esas situaciones serán infinitamente más cómodas gracias a que confiamos plenamente los unos en los otros.
Yo abrazo a mis hijos con todas mis fuerzas cuando salen del cole. Cuando vienen tristes, o serios. Cuando se acuestan, cuando se levantan, mientras están dormidos. Necesito transmitirles mi calor y hacerles saber que siempre me (nos) tendrán. Mis hijos me abrazan cuando salen del colegio, cuando me ven triste o seria. Me abrazan cuando se acuestan, cuando se levantan y cuando a media noche se desvelan con miedo. Mis hijos preguntan por nuestros sentimientos, se ponen en nuestro lugar, están aprendiendo a sentir lo que siente el otro. Se preocupan por las personas que tienen a su alrededor, sin importarles el grado de relación. Son empáticos.

Creo que las emociones son una suerte en nuestra vida. La empatía un regalo que nos llega a través del conocimiento de nosotros mismos y de nuestras emociones. Así lo veo yo. Así lo vivimos en casa. Y así de bien nos va, con nuestros aciertos, nuestros errores y nuestro continuo aprendizaje.

¡Feliz viernes!

CON M DE MAMÁ y E de EMOCIONES y EMPATÍA

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