3 de abril de 2013

EL ANTIPLAN II. El desastre continúa...

¿Que qué era eso de la última imagen? A ver, a ver... Sin ofender, ¿eh? Que estoy segura de que si hubiéramos horneado esa masa, el sabor habría sido una mezcla entre sabor a paraíso y a Jauja, o algo así. Me juego, me juego... ¡nada! No vaya a ser que la liemos.
Bueno, pues no os precipitéis con los juicios que todo tiene explicación.
Mientras yo luchaba contra el molde de las bizcobolas asesinas y las instrucciones, y entre una cosa y otra, daba teta a Polllito, la pobre Helen se entretenía con los ingredientes para la masa de monas y los pasos a seguir... Mientras a su vez, me rescataba de mi laberinto y/o enajenación mental, daba teta a su respectivo Gordito y observaba como Pichu clavaba palitos, sin piedad, en el molde de las bizcobolas, ... Claro, con tanto "entreacto", se le olvidó hervir patatas. Y vamos a ver, ¿qué son las monas de Pascua sin sus nosecuántos gramos de patatas hervidas? No, en serio, ¿qué son? Pues fácil, los churros grasientos de aspecto raruno y tacto, digamos, difícil, que habéis tenido el gusto de ver en la foto.
Oigan, que al menos eso es lo que dedujo Helen, que es la experta en monas, o lo que me soltó a mí y yo me creí: que había sido por la patata. Por no ponerla digo. Porque por más que repasaba... ése era el único paso que se había saltado. 
Resultado de no poner patatas en la masa de las monas:
-Que Pichu pudiera hacer el puerco con ella todo lo que quiso y más... Hasta conseguir una "monita" de forma de empanadilla y aspecto vomitivo. Lo que la pobre no llegó a entender fue porqué no hacíamos mariposas con la masa y no las decorábamos con huevos y anisitos (en nuestro caso, teníamos preparada la versión "Barbie lujo": unas pedazo de perlas rosas y blancas que cegaban al mismísimo Lorenzo). 
Si me permitís un inciso, os he de contar que los huevos a los que se refería Pichu son unos que no existen, pero que ella dice haber visto: huevos cocidos, con la cáscara de colores chillones... y con sorpresa de juguete dentro. Sí, deben ser los hijos engendrados por un huevo cocido de colores de toda la vida y un kinder sorpresa... Huevos 2.0... 
Que no sabéis el despago que se llevó hace dos días la pobre, cuando reventó uno cocido contra la mesa y descubrió yema y no figurita, y me dijo apenadísima. "No, mami, pero yo quiero de esos huevos que son así pero llevan una sorpresa". Para sorpresa la que se llevó ella.
- Que nuestras zapatillas de deporte (las mías especialmente, que las compré hace bien poco y siguen esperando un estreno como toca, vamos algo tipo "¡¡estamos haciendo ejercicio!!") se pasearan a modo de Louboutin por el mundo, porque ni monte ni montaña ni riachuelo... ¡Para una vez que elijo cuidadosamente el modelo chandalero y lo hago combinar con mi ropa interior, la de mis churumbeles, la naturaleza y el entorno en general!
- Que hiciéramos una merienda alternativa improvisada, cero pascuera, mientras soñábamos que comíamos monas y esclafábamos huevos. Pero eso sí, nosotras igual de motivadas que siempre, poniendo suelo y cocina perdiditos, y creyéndonos que algo iba a salir mínimamente decente...
- Darme cuenta de que mi amiga Helen cree en los milagros, pero de verdad. Con una fe ciega (vamos, como se supone que ha de ser la fe...) y con una devoción tal, que casi me hace creer a mí. Y déjate tú de panes y peces y agua que se convierte en vino, no. El milagro en el que ella puso todo su empeño fue en el de "el horno que resucita masas sin remedio". Helen, alma pura donde las haya, metió esto:

en su tradicional horno sin regulador de temperatura y esperaba que esa masa indescriptible, de aspecto mmm... ¿rústico? ¿diferente? ¿alienígena? ¿feo de narices? pasara de pronto a llevar patata, porque sí, porque los milagros existen, y subiera como la espuma... 
¡Ajá! No pasó. Pero mientras esperábamos el milagro, la cocina se lleno de luz blanca, de calor veraniego, de esperanza, de risas nerviosas, de frasecitas tipo "un poquito más y seguro que sale", de guiños cómplices... ¡ATERRIZANDO! ¡ATERRIZANDO! ¡ATERRIZAAAAANDO!
Ostras, perdón, estaba levitando. Vale, se llenó de pegotes de masa y fideos de chocolate, de anisitos y de gotazas de chocolate... Vamos, tal cual una pocilga. Y el milagro no llegó.
Que yo estoy convencida de que igual si la hubiéramos liado menos, el Encargado de los Milagros Patatiles y Pascueros nos hacía el favor, pero es que el tipet tuvo que ver el tema y pensar: ¡ni de broma pongo un pie en ese antro de perversión repostera!

Tengo que decir que guardo un grato recuerdo del día en cuestión, no sólo por la frustración pascuera que se me ha quedado y por no haber probado ni una puñetera mona en todas las Pascuas porque Helen me había prometido la exquisitez en persona, no... Sino porque para rematar la jornada, me volví a casa con más trastos de los que llevaba al salir de casa (cosa que, a mí personalmente, me jo...roba un horror, que bastantes "por sis" y movidas llevo ya) y con algo muy, muy especial: EL PLATO DE LA BISABUELA DE HELEN.
Que vosotros diréis: ¿y eso? Pues mira, que como es súper cómodo llevar el coche a reventar de bolsitas y tal, es muuuucho mejor aún cuando, además, has de llevarte un plato envuelto en papel de aluminio y vigilar que no vuelque todo el tiempo. Y Helen, que lo sabe, hizo mi sueño realidad.
Gracias Helen. No olvidaré nunca ni tu generoso gesto ni la respuesta a mi pregunta "Helen, ¿eso no será un plato, verdad?": "Sí, pero tranquila que es de mi bisabuela".

¿Qué quiso decir la autora con semejante cita...? 

Hasta aquí nuestra jornada antipascuera por excelencia. Corto y cambio.

CON M DE MAMÁ

2 comentarios:

  1. muy buen relato y una experiencia que contar a los nietos dentro de muchos años

    Y la próxima quedada será mejor que esta eso seguro.

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    Respuestas
    1. ¡Jajaja! Mejor por divertida, seguro, pero no por cumplir objetivos...
      Aunque, efectivamente, estas cosas son las que nosotras y nuestros pitufos recordaremos dentro de tiempo y nos harán reír.
      Me alegra que te haya gustado :-)

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