30 de julio de 2016

¡SUBID, PENDONES!

El martes por la tarde fui al cine a ver la película Malas Madres, cuya protagonista es Mila Kunis, gracias a que la bonita de Laura, la creadora del Club de Las Malas Madres, quiso contar conmigo en el preestreno. 
Su invitación me hizo mucha ilusión, me apetecía mucho un rato largo de desconexión con amigas y algún motivo diferente para troncharme de risa. ¡Y vaya si me reí! Y me emocioné... (una que es llorona de manual). 
La película os la recomiendo de todas todas, ya que tiene ese punto loco de situaciones absurdas y tronchantes que te hacen llorar de risa y pensar que "no pueden superarse", y sin embargo lo hacen, y también tiene esa parcela de mensajito que toca la fibra y pone rápido en funcionamiento el lacrimal. Yo pienso volver a verla y llevarme a unas cuantas amigas madres. 
Bueno, pues yo no venía aquí a hablar de la película... No, en realidad venía a hablar del concepto actual de la palabra pendón. No, tampoco. Pero de una mezcla de ambos temas quizás sí.
Justo un rato antes de salir hacia el cine, cuando empezaba a arreglarme, me asomé a la ventana para hablar con mi amiga E (así, en plan marujas de pueblo, sí), que se iba al parque un rato con su hija, el hijo de una amiga y con mi marido y mis hijos. E no se acordaba de que yo no iba con ellos porque tenía plan, y al recordárselo me dijo entre risas: "¡Eres un pendón, siempre tienes planes!". (¿Pero "desorejado"?, que si no no quiero). Me dio risa porque pensé que del pendón que puedo haber sido a los restos que quedan, ¡hay un mundo!

Me hizo mucha gracia cuando en un momento determinado de la peli, una de las protagonistas le dice al resto: "¡Subid, pendones!" e, inevitablemente, me vino a la cabeza el hecho de que, unas horas antes, E me llamara pendón por tener planes. Como las madres protagonistas de la peli. 

La verdad, si nos paramos a pensar un poquito y queremos sacar punta al asunto... ¿no os parece triste que a las mujeres se nos considere pendones por mil razones diferentes? Cuando somos solteras y sin compromiso, somos pendones si en vez de tener novio formal tenemos historias varias y divertidas, a la vez o por separado, lo que viene siendo ir de flor en flor. Cuando estamos casadas somos pendones si salimos sin nuestros mariditos y tenemos planes más allá de nuestra vida marital. Y cuando somos madres... ¡ay cuando somos madres! Cuando tenemos retoños a los que cuidar, somos pendones, pero desorejados y de libro, como se nos ocurra tan siquiera pensar en salir de casa sin ellos, a no ser que sea para ir a comprar, que no de compras. 

Vivimos en el absurdo, real, de creer de manera generalizada que la madre que tiene vida más allá de sus hijos (y pareja) es una irresponsable, o no los quiere suficiente, o no es feliz en su maternidad, o se queja de vicio, o es una insatisfecha, o una egoísta, o una feminazi loca que reclama su parcela en el mundo. O, si no pensamos todas estas lindezas, al menos nos creemos con el derecho absoluto a juzgar lo que vemos en las otras de una manera tan natural que acaba pareciendo hasta normal. La cuestión es, válgame la redundancia, CUESTIONAR NUESTRA MANERA DE SER MADRES. La nuestra y la de todo quisqui. Nadie, antes de juzgar a esa señora que arrastra a su hijo en pleno berrinche y que lo hace con cara de pocos amigos y no con "pedagogía blanca" tatuado en la frente, se ha parado a pensar que esa mujer lleva por el mundo más de doce horas sin haber parado más que diez minutos a comer, y que quizás lo ha hecho de pie y de mala manera, y que mucho antes ha despertado a sus hijos, les ha ayudado a vestirse, ha preparado almuerzos, los ha llevado al cole y ese largo etcétera de todos y cada uno de los días de su vida como madre. Y que, en ese momento, el berrinche de su hijo porque quiere unas galletas que no le ha comprado es... la gota que colma el vaso, porque además su día aún no ha terminado.

Ser madre es súper bonito, y súper duro, y difícil, y satisfactorio, y cansado, y lo mejor de la vida, y lo peor en una tarde en la que no puedes con tu vida. Nuestros hijos son el mayor regalo que jamás hayamos deseado, pero un regalo que necesita toda la atención y todos los cuidados del mundo mundial, a toda hora, sin descanso, 365 días. Y les damos todo nuestro amor y nuestros cuidados porque los adoramos, porque son nuestra debilidad, ésa que no pidió venir a este mundo y que está aquí por capricho nuestro. Y lo hacemos felices, pero agota.

Y en ese estado de felicidad agotada, un buen día decidimos recuperar algo del tiempo que teníamos cuando ellos no estaban en nuestra vida y no ocupaban todo nuestro espacio, no porque los queramos menos, sino precisamente, porque para querer a los demás bien hemos de querernos bien a nosotras mismas, y eso pasa por dedicarnos tiempo. 

Yo he pasado casi siete años (los que va a hacer mi hija), dedicada casi en exclusiva a ellos, a mis hijos (sin contar pareja y trabajo fuera y dentro de casa), porque cuando podía dedicarme a mí o a mis aficiones estaba tan cansada que ni lo intentaba (porque las noches, cuando hay lactancia prolongada son duras, bonitas, pero muy duras, y el día siguiente más...). Pero de pronto un día me doy cuenta de que mis hijos no son tan dependientes, de que yo tengo ganas (y necesidad) de volver a reencontrarme con mi "yo mujer", y me lanzo a recuperar esa parcela (para alegría de mi amor, que siempre ha insistido para que buscara tiempo para mí sola). Y entonces pasa. Pasa que a los mismos que les extrañaba que no me fuera de cena, que quedara por la tarde y no alargara en plan improvisado y ese largo etcétera de planazos, ahora les extraña que sí lo haga. ¿Entonces en qué quedamos? ¿Salgo o me quedo? 

La cuestión es opinar. 

La cuestión es que si te conviertes en madre parece que sufres una mutación irreversible a lo "V" que te impide ser mujer más allá de tu labor de madre, pero que si así es tampoco eres del todo normal. Pues bonicos, aquí no hay quien se aclare. Si tener marcha, salir a hacer deporte (o el mono), alargar hasta empalmar con la cena y sin haberlo planeado, quedar con amigas, o con amigos, es ser un pendón... que conste en acta desde ya QUE YO SOY UN PENDÓN DESOREJADO. Y me encanta. 

Porque desde que busco mi tiempo, y lo respeto sin excusas que me hacen anular planes, me siento más activa (aún), más relajada, más completa, MÁS YO. Y eso influye, y mucho, en la manera de relacionarme con los míos, porque libero todo el estrés acumulado y gano en todo, y mis ratos (que son muchísimos) con ellos son mil veces mejores de lo que ya lo eran, porque los disfruto más y con más ganas.

En la maternidad, como en la vida, hay infinitas maneras de hacer las cosas, tantas como personas. La mía no es ni mejor ni peor, sólo es mía. Así que no puedo juzgar las del resto porque no soy el resto. 

A mí mi manera de vivir la maternidad me gusta, con mis mil errores, mis dudas, mis aciertos y mis días rosas y negros. Y si eso quiere decir que soy una madre pendón... ¡SUBID, PENDONES, QUE HOY CONDUZCO YO!

(Foto de María José de La Alcoba de Blanca.
De izquierda a derecha: Lorena de Mi Chupete Favorito, María José de La Alcoba de Blanca, el pendón desorejado, o sea yo, y mi amiga Carmen. Unos pendones, vaya.)

4 comentarios:

  1. Ser madre y esposa absorbe mucho y no deja tiempo. Si se puede a veces tener planes sin ellos es una desconexión buena, luego vuelves con más energía y fuerzas :)

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  2. Me ha encantado, cuanta razón tienes, la de ganas que tengo yo de salir por ahí, y muchas veces es por que estoy cansada o tengo que hacer algo en casa etc etc,así que cuando salgo a comer por ahí con las amigas o al mercadillo o a una terraza, me siento como si me hubiera ido de vacaciones y llego con mejor humor :-))

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