8 de enero de 2013

NAVIDAD, NAVIDAD, ¿DULCE? NAVIDAD

¿Qué tendrán estas fiestas que son tan odiadas y queridas a partes iguales? 

Yo he de decir que he pasado de no quererlas muy mucho (es lo que tiene hacerse mayor y que en tu entorno familiar más cercano "cuezan las habas" de toda la provincia), a disfrutarlas a tope gracias a Pichu y Pollito. Y es que ser mami, a pesar de todo, te hace ver la Navidad de otra manera, te la convierte en mágica. Aunque, la verdad, empiezo a dudar del sentido pleno de esta palabra, porque yo he pedido unas cuantas cosas: que a X le crezca el narizón de Pinocho por trolas y no se lo pueda quitar ni operando, que a Y le toque un boleto para un viaje a la otra punta del globo y una vez allí le hagan quedarse como parte de la exposición del Museo de los Horrores, que Z sea abducid@ por una nave espacial y sea llevad@ a un planeta donde l@ conviertan en su idolatrada deidad, y no pueda volver... Y nada de esto se me ha cumplido. Y no lo entiendo, ¡eran todo buenas obras para la sociedad! ;)

Las Navidades son fiestas de excesos, de hecho en todas las casas se montan concursos tipo "comer hasta reventar" en los que suele haber dos miembros de la familia, normalmente un par de "machos Alpha", que se sientan frente a frente y empiezan a comer como si no hubiera mañana; y da igual que sea la cena de Nochebuena a la que suele seguirle la comilona de Navidad... ¡Eso no importa! Luego llegan a casa, se ponen un enema, y ¡a seguir con la aventura! Además, en estos concursos se degusta tanto dulce como salado, y lo mejor suele ser el final, en el que ambos sujetos se pelean por el polvorón de vino o canela que queda, el más rápido se lo zampa en un visto y no visto, y antes de dar por terminada la competición, suelta un "¡PAM-PLO-NA!" que le otorga el título de "cerdo de la familia" durante, al menos, un año. 

Al concurso de "comer hasta reventar" hay que sumarle también los de "beber hasta mearte encima" y "mentir hasta perder el norte y creerte tus propias mentiras". Sí, esto también es tradición en muchas familias. Lo de mentirse digo, porque lo de beber está claro que lo es. Dime si no como traga sin morir ahogado el del polvorón de Pamplona. ¡Pues hinchándose a vino y champagne! Porque el agua no es buena, que lo único que hace es ayudar a que lo ingerido se haga pelota, y a que los machos alpha tengan el estómago como la típica maquinita con bolitas que hay que encajar en algún sitio, y que mientras no encajas viajan sin rumbo fijo venga el choque. Nada, nada, en estas comilonas el cuerpo pide "alcohoool, alcohoool, "alcol, alcol, alcol", hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da iguaaaal". ¡Ya te digo! Lo peor es la crítica después al botellón juvenil... ¿¡¡Pero qué pensáis que estáis haciendo vosotros!!? ¿Una inocente "cata"?
Como decía, la tradición de la mentira también está bastante arraigada entre, al menos, las familias españolas. ¿Que no? 
Vale, prometedme entonces que nunca, nunca, ni una sola Navidad, habéis soltado o, peor aún, os han soltado, frasecitas del tipo: 

1. "¡Cuánto tiempoooo! Hija, estás ideaaaal" Mientras miras a la "sujeta", que te ha soltado algo parecido a ti, y piensas: "Ideal no es la palabra, pero a ver qué cocos le digo yo a ésta para no nombrar ni su cara de vinagreta, ni su vestido "too much", ni su tontería...

2. "Soy un desastre. No te he llamado ni escrito porque voy de cabeza" Que esto en muchas ocasiones es muy cierto. Pero precisamente en ésta... no. No te he escrito porque, evidentemente, el único nexo de unión que hay entre tú y yo es el apellido. ¡Ah! Y porque por tu sonrisa "franca", tú piensas lo mismo.

3. "Esto de juntarnos los cuarenta deberíamos hacerlo más a menudo" ¿¿¿Perdonaaaaaaaaa??? Sin duda, ésta es la MENTIRA MADRE o la Reina de las Mentiras. Porque... dime, ¿cuántas veces al mes repites el encuentro? ¿Cuántas...? Ya... la intención es lo que cuenta, sin duda. ¡Ah! ¿Que has cambiado de teléfono y has perdido contactos y ya no puedes hacer de organizador? Una lástima sí. El año que viene, ya si eso.

Menos mal que las Navidades han tomado otro color desde que soy mami, y a pesar de estas chorradas, he de reconocer, que me encantan. Gracias a mis pitufos he vivido escenas como las que siguen:

La feria: ir a la feria con una pitufa de 3 años puede ser realmente emocionante. Pichu llevaba varios días pidiendo (muy insistentemente) ir (consecuencia directa de que le expliques a un crío que hay un lugar súper divertido en el que podrá montar en tren, en coche, en ponis... y al que vamos a ir algún día). Así que al final, un poco "pensado y hecho" nos aventuramos a acercarnos. Cerrado. Claro, porque la feria de cuando tú eras pequeña a ahora, se ha modernizado, y tiene horarios y va ¡y no abre in the mornings! Como los chinos (al menos los de mi barrio), que empezaron abriendo 24 horas y ahora si te descuidas abren casi a la hora de cerrar, porque paran para comer con café, copa y puro incluídos, que a las buenas costumbres se hace uno rapidito. Pues venga, ¡genial! Ahora vas y se lo explicas a tu hija. Después del mini drama familiar, decidimos ir esa misma tarde: la tarde más fría en lo que iba de año, sí señores. Que no nevó porque ahí arriba no les quedaban existencias, que las habían gastado todas en sprays de nieve para decorar, si no, os digo yo que nos toca poner cadenas al carro de Pollito. Bueno, pues he de deciros que fue pisar el recinto y volverme niña. Algo que quedó más que demostrado cuando me subí a las atracciones con Pichu. En la de la barquita, la típica atracción que simula un mini lago y en la que has de dar vueltas tooodo el rato en la misma dirección, me entró tal ataque de risa histérica, que acabé llorando, sobre todo de ver lo torpe que se puede llegar a ser con un volante y una corriente de agua. Por más que intentaba centrar el vehículo, os juro que no había manera. Cosa que mejoró cuando mi niña decidió que ella también conducía, ahí fue cuando el dueño de las barquitas, con cara de perro cabreado, empezó a acercarse hacia donde nos habíamos quedado varadas venga a dar vueltas sobre nosotras mismas como si se hubiera generado un remolino.
En la siguiente atracción grité más que en mi vida: el trenecito. No, no era de miedo ni había bruja, sólo había un tío que estaba como un cabra y que se dedicó a darme de leches en la cabeza con un bate de troglodita, y a enchufarme en el pelo un chisme que tiraba aire, de modo que salí de allí pareciendo un personaje de Tim Burton, o mejor aún, su mujer Helena Bonham-Carter. Y he de confesaros que si grité en realidad no fue por eso (no, porque por mi aspecto más bien lloré), sino por la velocidad ultrasónica que cogía el trenecito en la curva (sí, sólo había un curva en el recorrido, ¿qué pasa?). Y Pichu me miraba, raro, y gritaba también, pero creo que más de la vergüenza ajena.

Siguiente y última atracción de la tarde (es lo que tiene que abran tarde y cierren pronto, que vayas con una enana que no ha estado nunca y el ritmo de decisión sea más bien del estilo "m'etá etresaaaaaaaando"): ¡LOS COCHES DE CHOQUE! Y lo pongo en mayúsculas porque así fue como los sentí yo al verlos y al saber que Pichu podía subir si subía yo con ella. ¡Qué emoción! Sí, la misma emoción que me embargó al ver que en el primer intento... yo no cabía. ¿Tanto he crecido? Es que os prometo que no... Una vez conseguimos acoplarnos... ¡empezó la juerga! Sólo había dos coches más, ambos ocupados por dos retacos que decidieron que nuestro coche era un blanco fácil, y ¡ale! ya la teníamos liada. No nos habíamos movido un centímetro y ¡zascaaaaaaaa! por delante, ¡pumbaaaaaaaaaa! por detrás. Giraba el volante todo lo rápido que podía, con Pichu muerta de la risa, y aquello no se movía ni por asomo, ¡habíamos cogido el coche chungo, seguro! Eso sí, rosa. Una de las veces tuvo que venir el que controlaba el cotarro a sacarnos de nuestro sitio porque yo ya quería llorar. Y fue salir, circular unos segundos de gloria que hasta me provocaron la sensación de ir en descapotable (ah, no, que con el pelo revuelto venía ya de las barquitas), y ¡pimbaaaaaa! por la derecha y ¡plaaaaaaaaaaam! por la izquierda, que daban ganas de decirles "¡Oye! Esto me lo cuentas ahí fuera, si te atreves". Y vuelta a empezar: volante venga a girar, coche parado, golpes por todas partes... hasta el punto de que mi hija me acabó diciendo "mamá, yo quiero yo sola, y tú te bajas". Y fue eso lo que me tocó el orgullo, ¡pero de qué manera! Así que saqué fuerzas de donde no las tenía y me pusé a pegar golpes a diestro y siniestro, a los coches ocupados, a los libres, contra mí misma... ¡Daba igual! ¡La cuestión era PEGAAAAAAAAAAAR! ¡Cómo me lo pasé! ¡Mi pitufa también, que conste! Lo que no sé es si me dejarían volver a subir...

EL DISFRAZ DE AURORA: Ésta es una experiencia que toda madre moderna debería vivir al menos una vez, y por lo tanto, toda madre moderna debería tener una hermana pequeña como la mía, sí. Porque vivir la grata experiencia que voy a contaros ha sido posible gracias al "regalazo" de reyes con el que mi querida hermana pareció ayer mismo, y que le entregó a una ansiosa Pichu: el vestido de la Bella Durmiente con todos sus complementos. Pero es que no es cualquier réplica o similar, no, no, es EL VESTIDO por excelencia. Vamos, que me dice que se lo ha robado a la princesa en cuestión y me lo creo, porque no caben más purpurina, más brilli-brilli, más tela frufrú (si no sabéis lo que es, en cuanto vierais el vestido, lo entenderíais), más lentenjuelas y ¡más rosa! en una prenda. Y si hablamos de los complementos... ¡ay los complementoooooooos! ¿Diadema con más diamantes rosas, más pelo rosa de ese de zapatilla cursi de maruja y más cuentas no hay en el mercado? No, os lo digo yo... y la varita, totalmente a juego con la corona, pelo incluído; que la ves y dices "si esto de verdad hiciera conjuros, al primer golpecito me convierte en ¡Paris Hilton!". Y los zapatos... ¡no tienen competencia! Vamos que si lanzo uno con fuerza hacia arriba en un espacio abierto provoco un eclipse. O eso, o los astrólogos pensarían que ha vuelto el cometa Haley.

Hablando de los zapatos, me dejaréis que ahora después haga un punto y a parte y os cuente la jugada de mi hermana a la hora de elegirlos.
Bueno, pues el tema con el disfraz de Aurora no es el vestido y añadidos en sí, ni siquiera que mi hija parezca un bombón de la marca P. Hilton cuando lo lleva, no... El tema con el disfraz va más allá. Tan allá como que tu hija te pida acompañarte a hacer varias compras... ¡¡con él!! Y que además, en tu intento de evitar superficies concurridas, pretendas ir sólo a la tintorería y a la farmacia, y sea ella la que entrando en la calle de mercawoman te diga "a mercawoman también teníamos que venir, ¿no?". Y en un momento de esos de debilidad maternal, digas "oye, a ella le hace ilusión que la vea así todo quisqui, pues ¡vamos allá!"... Y justo, ayer fue el día que más personas conocidas nos encontramos, madres de mis alumnos incluídas claro, y como no pasábamos desapercibidas precisamente... ¡Pues a "presumir" de hija!
Gracias, querida hermana, por esta experiencia tan religiosa, por conseguir que el suelo de mi salón parezca la Vía Láctea y que mi coche brille más que un lucero (sí, es que además de coento, el pu...ñetero vestido suelta purpurina a mansalva). Gracias de corazón. Descuida, el día que pueda, te devuelvo el favor, que para algo somos hermanas.

Punto y a parte: MI HERMANA, LOS ZAPATOS DE AURORA, LAS TALLAS, LAS EDADES...Y DATOS VARIOS

Me llama mi hermana, en plena elección del modelito "princesa", para preguntar la talla de su sobrina. Le digo, alto y claro, que la niña mide ya 1 metro, y que con ese dato tendrá más fácil ver si coge talla 2-3 o 3-4 (Pichu tiene 3 años).
Me vuelve a llamar: "oye, que le voy a coger todos los complementos (¡genial! pienso yo) y los zapatos pueden ser de tacón o manoletinas". Le digo que lo que más ilusión le haga, total, serán cursis a rabiar en cualquiera de las dos modalidades, y si son de tacón, antes se cansa ella de llevarlos que le hacen mal en el pie. Le digo que talla un 26-27. Vaya, en la tienda hay o 24-26 o 27-28... "Pues coge la 27-28".
Llega a casa y me cuenta que los de tacón no han podido ser porque la dependienta le ha dicho que para una niña de ¡1 AÑO! eran demasiado... A lo que yo le comento. "¡Y tanto!, pero para una niña de 3 AÑOS, como tu sobrina... pueden ser".
Lo mejor, la cara de desconcierto de mi hermana, que incrédula, aún me dice: "¿3 años?Pero si Pichu tiene 1". Y no hace falta que yo diga nada más, porque, de repente, ella solita aterriza por fin de su viaje interespacial, escupe el cigarro de la alegría de su mente y grita "¡Ostras! que me he liado con lo de 1 metro y le he dicho a la dependienta que tiene 1 año!".
Claro, os podéis imaginar la reacción de la pobre vendedora y sus comentarios, ¿no?; primero, porque pensaría que mi hermana es una inconsciente por lo de la broma de los tacones y, segundo, porque una niña de 1 año que usa la talla 3-4 y mide un metro, no es una niña... es la viva imagen de Fernando Romay.

Querida tía L, aquí te dejamos tu regalo de reyes: unas tablas aclaratorias, para la próxima vez. Imprímelas y llévalas siempre contigo. Creemos que te vendrán muy bien. Te queremos.

Aclaro, a mis primas A, M y E, me apetece verlas en Navidad y siempre, pero somos bastante desastre todas... A ver si, leyendo esta entrada, hacemos propósito de enmienda y nos juntamos más a menudo... ¡Pero de verdad! Besitos.

CON M DE MAMÁ

2 comentarios:

Estaré encantada de que opines, te expreses, me cuentes cosas y, en definitiva, de que nos comuniquemos ;) ¿Te animas a hacerlo?