3 de diciembre de 2012

YO DIGO: ¡SALTAAAAA, SALTA CONMIGO, SA SA SA...SALTA!

Donde dije "digo", digo "diego"... Porque después del "salto de gracia" en concreto... No he vuelto a saltar de nuevo y ya han pasado más de dos años y medio. Aunque, eso sí, la cancioncilla la canto, que me hace gracia, fíjate.

A ver, sí, empezaré la casa por donde toca y no por el tejado, aunque sea lo que se lleva en estos tiempos que corren. 


Resulta que aquí una servidora, madre moderna donde las haya, y espíritu libre y joven, siempre ha sido un poco "cabrita loca", y si he podido cruzar por un puente tibetano, pues mejor que hacerlo por el clásico romántico de madera, ¡que eso no da subidón!
El caso es que con nuestra Pichu de apenas dos meses (y Pollito lejos de ser ni siquiera imaginado), al marido de mi amiga Helen se le ocurrió la estupenda idea (básicamente, pues, la culpa de todo, fue suya...) de invitarnos a una recién estrenada ludoteca junto con otros muy buenos amigos. Y allí que fuimos todos.
En mi contra diré que yo ya iba con el puntito de alegría desbocada porque alguna de mis dos geniales amigas, no sé si Sandra o Helen, ya había sugerido que "¡y nos metemos en la pisci de bolas!" (mmm... Sí, mis amigas también están en la treintena. ¿Algún problema?).
El caso es que fue llegar y besar el santo.

 La imagen de las tres corriendo hacia la piscina de bolas como si no hubiera mañana la tengo bastante reciente. Y si la pienso a cámara lenta, no tiene desperdicio, la verdad: tres treintañeras quitándose los zapatos e iniciando una veloz carrera hacia la mini piscina mientras gritan, se estiran de la chaqueta para adelantarse y lanzan los zapatos al aire, previo "descargue" en plan "te paso el testigo" de la hija bebé de una de ellas a su señor marido.

Hasta aquí realmente tampoco hay nada del otro mundo: Tres locas saltando y lanzándose bolas, ante la atónita y bastante avergonzada mirada de sus maridos.
Lo peor es el momento "vamos a inmortalizar esta imagen". ¿Que por qué? Pues porque si eso ya es penoso en sí, que encima no te conformes con una foto, sino que hagas una detrás de otra, las compruebes, borres y repitas, mientras mejoras tus poses de "the American way of life / Everything's gonna be ok / Yo tomo activia y me sienta bien / Coca-cola es así...", pues qué queréis que os diga... que es lo que hay. Y, qué narices, ¡mola! Mola mucho.

Mi parte trauma viene ahora. En esta parte trauma, mi amiga Sandra demostró una inteligencia bastante superior a la de Helen y mía. Si bien, era la más emocionada en la piscinita multicolor, que conste en acta. Bueno, mi parte trauma es la cama elástica.
Sí. Porque creo recordar que he empezado diciendo que la cabra tira al monte, ¿no? Pues eso, ahí que me fui yo. Al monte más asilvestrado de la ludoteca en cuestión: la cama elástica.
En realidad, el mérito no fue todo mío, lo de acabar subida en ella digo, porque la idea fue de la dueña del cachivache del otro día, o sea de Helen. Que es otra fan "de la naturaleza".
El caso es que ahí que vamos ambas dos, mientras Sandra nos mira cauta desde abajo, y nuestros maridos, con mi pitufa haciéndoles compañía, desde bien lejitos, por si acaso había peligro de contagio.
Empezamos a saltar, a gritar... a hacer el imbécil, vamos. Y en una de esas en las que mi neurona rebelde, la chula, la de las verdades como puños, hace conexión con el nervio "un poquito de por favor", mi cuerpo reacciona al estímulo y para de saltar. ¡Ah! Pero la neurona de Helen, que siempre ha sido de llevar la contraria, le da la orden inversa a su cerebrito, y ahí que va ella toda "volando voy, volando vengo" y hace un triple mortal con voltereta lateral. Y todo tan rápido que a mí no me da tiempo a reaccionar... Pero a mí tobillo sí.
Mi tobillo, que nota el impulso de la cama hacia arriba, decide seguirle grácil el movimiento, por no desentonar, pero se olvida de que mi cuerpo sigue quieto...
Y es entonces cuando se oye un "¡crack!", cuando por mis ojos pasa parte de mi vida a gran velocidad y cuando me giro y veo la cara blanca de mi amiga Sandra esperando mi grito de "me quiero morir". Helen sigue a su rollo, muy metida en el triple salto, y cantando una cancioncilla en inglés de las que normalmente canta a sus alumnos (sí, mientras les hace  volteretas y mortales, es que así los tiene calladitos. Que los niños salen tan flipados de sus clases que siempre quieren volver. Estrategias de mercado).
En un "tres i no res" estaban nuestros maridos junto a la cama elástica viendo como mis lágrimas hacían carreras por mis mofletes, y despidiendo a mi orgullo que se piraba para no volver en un tiempo, cansado de tanta chorrada. Porque el "crack" de mi tobillo se había oído hasta... en el monte.
Y, claro, después de una solución casera para aliviar un poquito el tema "dolorcito güeno" que diría mi hermano... Estaba claro que había que ir a urgencias. ¡Ay sí! Un planazo de tarde de amigos de lo más "cool", porque no me digáis que no es original que 6 amigos y una bebé acaben la tarde del domingo en la sala de espera de urgencias.
Aunque lo mejor de la escena, sin contar con el bochorno de tener que explicarle a la médico cómo co...cos te has hecho el esguince, fue la pinta de "choni-flower" que se me quedó tras el afortunado incidente. Que de hecho, no sé si me gustaba más el modelo "tobillo forrado con papel de film, relleno de hielos, por encima de las medias" (imagen de archivo más abajo; gracias al cachondeíto de mis amigos y marido) o el modelo "pantaloncito vaquero corto sin medias en pleno invierno, porque te han obligado a quitártelas, con tobillo morcillero, piel lechosa y una sola bota" (de este modelito no hay foto, que bastante denigrante era la cosa ya de por sí). Un glamour máximo. Cuesta elegir.

A la visita a urgencias le siguió una semana de reposo absoluto, con cero apoyo del pie en el suelo. Que diréis que tampoco es para tanto. No, no lo es siempre y cuando no tengas una hija bebé a la que de normal llevas colgada como una lapa...
Así que a grandes problemas, grandes soluciones. Porque después de intentar ir con las muletas y con Pichu a cuestas y ver que era del todo imposible, tenía dos posibles soluciones: una, injertarme un tercer brazo para poder llevarla cómodamente (aunque el lugar donde debería ir ese brazo no quedaba claro, porque entre la pancha colgandera que lo haría rebotar, y el culo respingón que también lo enviaría bien lejos, poco se podía hacer); y la otra, utilizar la típica silla con ruedas, de esas de despacho, para desplazarme por toda la casa. Escogí la segunda, pero por pura juerga, ¿eh? Porque ir de rally por el pasillo fue mejor que la cama elástica, además de que total sólo hizo que adquiriese un par de chichones a mi colección de golpes torpes, en un par de intentos de hacer la cuña, porque brazos no me quedaban. Eso sí, los vecinos del primero dejaron de saludarme y mi suelo envejeció diez años.
Ahora, que a esto último le he encontrado solución, más de dos años después, eso sí. Como la culpa de todo fue del marido de mi amiga, que suele tener ocurrencias así de ingeniosas, y en vista de que mi hija mayor ha heredado ese afán por la aventura, las moraduras y las torceduras en general (esta semana, sin ir más lejos, llevamos dos cortes sangrantes en el labio y dos trompazos en la cara), he decidido pedirle a Jose que me regale la cama elástica que ya no utilizan, y así podré forrar el suelo. Y mato dos pájaros de un tiro (esta expresión es un poco anti PETA, ¿no?): por un lado desaparecerá mi suelo rallado al estilo "circuito de Cheste", y por otro, levantarse cada día será toda una aventura, blandita, eso sí. Es más, será como estar comiendo "gummibayas" toooodos los días. LOS OSITOS GUMMI Y SU ZUMO DE GUMMI BAYA

¡Ah! Y además cambiaremos la banda sonora actual (interpretada por mi hija de primero de infantil) "bon dia, bon dia, bon dia de matí..." por algo más marchoso y mítico... YO DIGO SALTAAAAAAAAAAA (sin esguinces), SALTA CONMIGO, SALTAAAAAAAA (sin caerte), SALTA CONMIGO, S, S, S, SALTAAAAAAAAAAAAAAAA (¡¡craaaack!!).

Ale, vuelta a empezar...


CON M DE MAMÁ

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