13 de octubre de 2018

LIBRE

Hoy hemos visitado con unos amigos un refugio de la guerra civil española en el centro de Valencia.

La visita era con guía, y la verdad es que su explicación nos ha hecho situarnos bastante bien tanto en la época como en los escenarios.

ESCALOFRIANTE.

En varias ocasiones se nos ha puesto la piel de gallina; y es que no era para menos.

No solo por pensar en cómo tuvo que ser estar allí hacinados y asustados, casi a oscuras, sin saber si el resto de la familia había conseguido llegar a algún otro de los refugios, sino por pensar en que hoy en muchos lugares de nuestro mundo, tan supuestamente civilizado, se sigue viviendo así: con miedo, pendientes de las alarmas de ataques aéreos, con el sonido de las bombas cayendo fuera y muriendo familias por culpa de la barbarie, la ambición del poder y los intereses económicos de los de más arriba...

Para nuestros hijos ha sido una manera de conocer parte de la historia de nuestro país, y de su ciudad, pero también un modo de hacerlos conscientes de que son afortunados por haber nacido justo aquí en esta parte del mundo. Ya que, además, durante la comida, su abuelo, que nació justo el año que empezó la guerra civil, les ha contado parte de su vida y la de su padre. Pequeños mazazos que nos hacen crecer de alguna manera y mirar diferente a quienes más cerca tenemos.

En el refugio hay nombres escritos, varios dibujos y un par de grabados tallados en las paredes.

Uno de los grabados es un corazón con la palabra LIBRE dentro.

No he podido evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas al descubrirlo, y al ver el diminuto dedo de mi hijo repasar letra por letra toda la palabra.
Se me ha encogido el corazón, y eso que quien lo repasaba es un niño libre que, si las cosas no cambian, se convertirá en un adulto libre también.

Pero imaginar la tristeza en la mirada y la angustia en el corazón de quien grabó para siempre el mensaje en la pared de ese refugio, mientras fuera se escuchaba el sonido de la guerra, mientras compartía su oxígeno con más de 400 personas ahí dentro, pidiendo quizás en silencio salir pronto de allí y que todo acabara... No saber si sería un adulto que había perdido a algún menor, o algún menor con miedo a morir allí, me ha golpeado el alma.

Qué suerte tenemos.

Cuantísima suerte y, sin embargo, qué pocas veces somos conscientes de ello.

LIBRE.

Cuánta esperanza, cuánto deseo y cuánta tristeza a la vez en una misma palabra.

LIBRE.

Una palabra que en nuestro día a día es la normalidad y en la vida de muchos es sinónimo de anhelo.

Ojalá algún día los refugios sólo sean, como éste, una huella de la historia y no un lugar donde conviven el horror, la esperanza y la tristeza.

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