16 de agosto de 2018

Cerebro y emociones

Nuestro cerebro guarda las emociones en el sistema límbico. Zona en la que también está la amígdala, encargada de los recuerdos emocionales. En toda esta parte se gestionan el aprendizaje y la memoria, por eso se dice aquello de que aprendemos con más facilidad lo que nos emociona de alguna manera.

Cuando vivimos una situación de angustia o peligro, el neocórtex, que está por encima del límbico, nos ayuda a reaccionar, pero también a controlar nuestras emociones; aunque no siempre ocurre así, y por eso en ocasiones actuamos de forma impulsiva.

Hace no mucho viví una de las experiencias más horribles que recuerdo haber vivido hasta ahora, y que no viene al caso. Pero las circunstancias, y mi condición de madre y de adulta, me llevaron a reaccionar como se supone que debía, a tomar las riendas y a no dejar que mis emociones, ni las de mis hijos, dejaran al neocórtex fuera de juego.
Así que supongo que de alguna forma, y de manera automática, la amígdala guardó como recuerdo emocional en su caja de Pandora lo que no pude sacar en ese momento.

Hoy algo que ha ocurrido me ha llevado a revivir con intensidad aquel momento. He sentido un nudo de dolor en el estómago, mucha angustia, y las lágrimas han empezado a caer sin que pudiera controlarlas. Me he quedado sin aire y algo bloqueada mentalmente. Y he necesitado estar sola, totalmente sola, sin ningún tipo de contacto físico, ni siquiera un abrazo.

Sabía que tenía que pasar. Y que ocurriría sin previo aviso. Y era necesario que así fuera.

Todos los bloqueos emocionales que sufrimos y no logramos trabajar, manejar o deshacer, acaban impidiendo que avancemos en otros aspectos.

Nuestro cerebro es maravilloso. Es un órgano perfecto, del que sabemos más bien poco, y que está diseñado para nuestra supervivencia.
Deberíamos estudiarlo más porque, si fuera así, nos conoceríamos mucho mejor y sabríamos mucho más de nosotros mismos, tanto a nivel emocional como sentimental.

A aquellos adultos que somos padres, madres o estamos en el mundo educativo en contacto con niños, niñas y adolescentes, se nos debería formar sobre el cerebro, sus partes y su funcionamiento mucho más de lo que se hace. Tendríamos que estar al día de todas las novedades que los estudios van sacando a la luz, ya que muchas de las situaciones que viven nuestros pequeños están dejándolos fuera de juego y no sabemos cómo manejarlas, es más, la mayoría de veces ni siquiera somos capaces de identificarlas.

Soy una persona adulta, considero que relativamente madura gracias a las circunstancias que me ha tocado vivir, y creo que con bastante capacidad de adaptación al medio justo por llevar adaptándome a situaciones inusuales desde mi infancia. Suelo manejar todos los "fuera de juego" a los que me expone la vida con bastante frialdad, aunque con el tiempo necesite sacar todos esos recuerdos y gestionarlos uno a uno.

Sin embargo, el "golpe emocional" de hoy me ha hecho pensar muy mucho en mi papel de madre y maestra, me ha obligado a recapacitar sobre la gran responsabilidad que tengo entre mis manos justo por ser ambas cosas, a replantearme mi manera de gestionar ciertos aspectos y situaciones, y a darme cuenta de que el mundo de las emociones, la gestión de las mismas y la capacidad de transformar éstas en sentimientos es algo absolutamente complicado y digno de parada obligatoria para todos. O al menos para mí.

Mientras acabo de escribir este texto, sigo con el estómago encogido, con necesidad de soledad, y respirando aún de manera algo agitada. Y soy adulta. Y sé manejar mis emociones, creo.

Ahora, imaginad a cualquier niño o niña en mi lugar en este justo momento... ¿No os da mucho que pensar?

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