2 de abril de 2016

Llamadme rara

Llamadme rara, que no digo que no lo sea. Llamadme rara si os confieso que no entiendo la esencia de la gente que es incapaz de mirar más allá de su ombligo o su nariz. Tampoco entiendo la de quien no se alegra por los logros ajenos, con agravante si, además, "ajenos" adjetiva a alguien realmente cercano.
Llamadme rara si os digo que no entiendo a quien necesita apagar al de al lado para brillar, cuando en realidad su brillo no es más que el retrato de su pobreza interior. Tampoco entiendo a aquellos que se empeñan en decir que brillan a quien quiera escucharlos, y a quien no también. Que digo yo que si algo resplandece realmente tanto, el resto del mundo seríamos capaces de verlo por nosotros mismos, ¿o no?
Llamadme rara si os confieso que me cansa el postureo, la imagen perfecta, el ensayo de todo antes de salir ante el público. Me agota.
Llamadme rara si admito que con la edad aguanto menos tonterías pero, por contra, sonrío más mientras observo a quienes las hacen. Total, si son felices así y no dañan a nadie, que hagan lo que les plazca.
Llamadme rara por no comprender que puedan más las apariencias que la naturalidad, la sinceridad y la normalidad. Como digo, la edad está haciendo polvo mi cerebro y me estoy volviendo algo asocial, más normal de lo que ahora los cánones piden y muy terrenal, pasando de divinidades y demás misticismos.
Llamadme rara si decido que la vida, a pesar de sus putadas, es un regalo, que paso de complicármela con lo que no vale la pena y prefiero llenarla con quienes de verdad me gusta compartirla.

Llamadme rara. Lo asumo. Me gusta.

CON M DE MAMÁ y R de Rara.

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