27 de abril de 2015

Infancia y moda, sustantivos opuestos.

No comparto el hecho de que los más pequeños "ejerzan" de modelos. Ya está, ya lo he dicho.
Lo de las fotos de agencias y catálogos, pues como aquel, aunque como no entiendo (ni quiero entender) de esto del modelaje infantil puede que quizás si supiera a ciencia cierta que también pasan horas y más horas jugando a ser adultos, muy probablemente tampoco estaría de acuerdo.
Y llegados a este punto de haber soltado esto así a bocajarro... Paso a explicarme antes de que queráis lincharme, porque soy consciente de que me muevo en la división de los bichos raros.
Primero y principal, he de aclarar que me encanta la ropa, conjuntarla, vestir a juego a mis hijos e incluso combinar la nuestra, la de mi marido y mía, con la suya. Fui una shopaholic total en mis tiempos mozos, y si ahora no lo soy es porque con los años he madurado algo y también me he vuelto mucho más práctica y cauta, bueno, y porque he de gastarme el sueldo en mantener de manera responsable una familia y todo lo que ello conlleva. Pero sí, gente, me compro ropa, y estoy pendiente de la moda, sin ser en absoluto esclava de ella y vistiendo por comodidad más que por capricho. A esto debo añadir que a mi hija le gusta pintarse los labios como a mamá, y a mi hijo, también. Mi hija quiere que toda mi ropa se la deje en herencia en cuanto a mí ya no me sirva (espero que tenga en mente que esto ocurra dentro de muchos años, la verdad). Mi hijo no llega a tanto, pero se pone mis zapatos y mis botas y es feliz. Ambos disfrutan saqueándome el bolso y pegándose esponjazos en las mejillas con el polvo matificante de mi neceser (suerte no usar maquillaje a diario). ¿Y yo qué hago? Pues seguirles el juego y tratar el asunto como ellos lo ven, como un juego, es decir, no dejo que vayan al cole con los morros pintados o con la cara estampada en colorete, como no dejaría que lo hicieran con mis botas de tacón o mis bailarinas, por pura lógica vamos; sin embargo, sí que los dejo pintarrajearse cuando estamos en casa, cualquier tarde, durante el fin de semana o en vacaciones, y que usen su "look" para imitarnos a papá y mamá. ¿Que por qué? Porque creo en el juego simbólico en la infancia, en el poder de la imitación y en sus beneficios. Sin embargo, NO ENTIENDO toda la parafernalia que se crea alrededor de los desfiles infantiles, de las semanas de la moda en las que grupos de niños de muchas edades juegan a ser modelos perdiendo su marcha normal y metiéndose de lleno en el mundo adulto. Me da igual que me justifiquen que para ellos es un juego. Yo no lo veo así, porque normalmente ni siquiera los padres o madres de estos niños se lo toman como tal.
Pero bueno, entiendo que como todo... este tema es cuestión de extremos. Y a mí, lo que de verdad me preocupa, es lo que en el fondo conlleva que, sobre todo las niñas, entren en este juego de estar siempre guapas y radiantes, de posar ante la cámara con diferentes expresiones, de caminar moviendo la cadera y de escuchar halagos de lo bellísimas que están justo cuando están pintarrajeadas como adultas y vestidas en muchas ocasiones como tales. En un par de ocasiones he tenido la oportunidad de hablar con papás y mamás cuyas hijas asisten como modelos a este tipo de eventos, y aunque estuve a punto de caer en la trampa de "pues no es para tanto" cuando me explicaron que "para los niños es como una semana de campamento", aterricé rápidamente cuando a continuación escuché que "de todas formas, en estos eventos se aprovechan mucho de la ilusión de las madres". ¿Perdón? ¿Pero no habíamos quedado en que esto era por y para el disfrute de los pequeños? No, ya veo que no. Que esto, en la mayoría de casos, siempre habrá excepciones, va de que a mami le hace ilusión que su hija sea modelo, tal vez porque ella no lo fue y siempre lo añoró, tal vez porque es lo que se lleva ahora, tal vez porque es genial convertir a mi pequeña de 5 años en una preadolescente con mechas rubias, que adora el mundo del espectáculo, maquillarse y que quiere ser artista... ¿O era yo quien lo quería ser?
Yo uso productos cosméticos, sí, me pongo máscara de pestañas y barra de labios, me gusta ir a la peluquería de vez en cuando para arreglarme la fregona que llevo por cabellera y que durante unas semanas parezca de anuncio. Sí. Me gusta verme guapa. Pero también me gusta levantarme un fin de semana, lavarme la cara, ponerme crema solar (eso sí, que no estamos para sustos) y simplemente salir a la calle, sin más. Así, a pelo, con un par de ovarios. Y ¿por qué? Porque me gusta verme guapa. No, no me he equivocado en la construcción de la frase. Está bien. Sin adornos también puedo estar guapa, y ojo, que no soy (según estos cánones modernos) lo que se dice un bellezón, pero lo que sí soy es una persona que ha crecido sabiendo que lo importante no es el envoltorio.
De verdad, aterricemos... La infancia necesita ser vivida como tal. Suficiente basura tenemos ya con la que nos meten con calzador en la televisión, dibujos infantiles incluidos donde los protagonistas también tienen ansias por crecer, como para que nosotros, padres y madres, vivamos empeñados en adulterar ciertos aspectos de la infancia, olvidando además que somos el espejo en el que nuestros pequeños se miran.
 
 
Insisto, me gusta la moda. Sí, también la moda infantil. Pero me es suficiente con verla colgada en una percha y decidir si a Pichu le favorecerá ese vestido o si a Rubiazo le irá bien ese color para su piel transparente. No me hace falta verlo en otros niños porque, entre otras cosas, no son los míos. Y menos si esos niños se pasan unas cuantas semanas al año de viaje, metidos entre bambalinas, mesas llenas de productos de maquillaje y peluquería, ensayando poses imposibles y pases y más pases. No me hace falta ver a niñas de edad muy infantil convertidas en auténticas adolescentes, con ropa, maquillaje y, mucho peor, gestos de modelos que les triplican la edad. Me hace mucha menos falta saber que estas niñas (y niños) están ahí sobre el escenario porque son sus padres quienes los han empujado a ello, porque son sus padres quienes necesitan verlos ahí arriba por la razón que sea.
Esto es como todo: si se adultera, se fastidia. Como gracia, y siempre que se haga de manera puntual y por pura diversión y demás... bueno, podría llegar a entenderlo, aunque no lo comparta, pero como afición materna o paterna, no lo comprenderé ni defenderé nunca, porque jamás abogaré por aquellas actividades o ambientes en que hay cierto factor elitista que promueve los actuales cánones impuestos de belleza, y donde los niños dejan de sentirse niños porque quieren ser o disfrutan siendo adultos, que no jugando a serlo.
Nuestra sociedad se encarga de sobra de dar, con cada paso que avanzamos, mensajes confusos y erróneos que hemos hecho tan nuestros y tan normales que ya ni nos sorprenden y que son un retroceso en lo que a humanidad se refiere. Sí, ya, comparar un desfile con la deshumanización de nuestra especie suena a mear un poco fuera de tiesto. Perfecto, es otra manera de ver las cosas. Pero estamos consintiendo con tanta modernidad y tanta tontería la hipersexualización de las niñas como algo natural, el culto al cuerpo de manera exagerada y enfermiza como algo rutinario y normal, y la desaparición disimulada de la inocencia como algo que ya forma parte de nuestra manera de educar y criar.
No sé vosotros, pero yo tengo la impresión de que corremos demasiado, de que arrastramos a nuestros hijos en esta loca carrera hacia la nada más absoluta y de que en cualquier momento nos precipitaremos al vacío de valores y sentimientos.
Infancia y moda podrían no ser opuestos, pero claramente a mi modo de entender la infancia y tal y como se vive la moda hoy en día, lo son.
 
CON M DE MAMÁ y de MODA

1 comentario:

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