3 de febrero de 2015

Pedagogía... Ni blanca, ni negra: ¡De colores!

Porque ya está bien, hombre. Que vivimos en una época en la que, si no somos capaces de ponerle nombre hasta al papel del baño, no dormimos tranquilos. Hay métodos para todo, corrientes de trescientos tipos y teorías a puñados. Y, mire usted por donde, que justo venimos a dejar de lado lo que más falta nos hace a la hora de criar: ¡EL SENTIDO COMÚN! (Que dicho sea de paso, es el menos común de los sentidos, y ¡vaya si se nota!).
Siguiendo esta moda de bautizar hasta la manera de sonar los mocos de nuestros hijos, porque aspirar no es lo mismo que usar suero a chorro, también hemos dado nombre a la ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza: la pedagogía. Y lo hemos hecho nada más y nada menos que asociándola a un color, el blanco. Que está muy bien, por lo de asociar el blanco a la pureza del alma, la inocencia y demás. Como nominativo el blanco hace un buen papel. Y a partir de ahí, como todo y como siempre: irse al extremo es... ¡Peligroso!
Como hay diferentes tonalidades de blanco: blanco roto, hueso, crudo, blanco sucio, blanco grisáceo, blanco azulado, blanco novia... Entiendo que dentro de esta corriente que es la Pedagogía Blanca se admitirán matices y no hará falta ser muy radical al cumplirla, ¿no? Por lo que he podido leer en redes sociales y demás, esta forma de criar evita el "trauma", así que para no ser ambiguos en el mensaje, deberían dejarnos adaptar sus enseñanzas a lo que nos convenga sin reprocharnos nada para que no suframos una decepción o nos sintamos inútiles y demás, digo yo.
Reconozco que no he ahondado (ni voy a hacerlo, por el momento) demasiado en el tema, por tanto no puedo ni voy a criticar directamente ningún enunciado que esta corriente defienda; sin embargo, sí que voy a argumentar el porqué de lo dañino de su existencia para nosotros, los padres de ahora, los padres modernos que leemos, releemos y hacemos másteres en "cómo cambiar un pañal", mientras dejamos aparcado a un lado nuestro instinto y nuestra iniciativa.
A los señores creadores de la Pedagogía Blanca les diría que resulta que los padres de ahora tenemos tanto miedo de no cumplir las expectativas, de no dar la talla y de que nos invada ese famoso sentimiento de culpa en forma de remordimiento, que en multitud de ocasiones (por no ser demasiado tajante y usar el "siempre") seguimos a rajatabla todo lo que oímos o leemos que nos suena chachipiruli, y más si se trata de tener a nuestros hijos en un constante (y absurdo) estado de felicidad. Así que si ustedes, que parece que son los que más molan últimamente, nos dicen que no hay que usar el "no", jamás lo usaremos, y si nos dicen que hay que hacer el pino puente mientras se les cuenta un cuento, así lo haremos.
Tengan en cuenta que vivimos estresados entre casa y trabajo, y que cuando llegan ciertas horas (bien de mañana, bien de noche) nos apetece poco pelear y discutir, así que somos muy partidarios de consentir muchas cosas, como por ejemplo, que se elijan la ropa hasta el punto de que vayan al colegio semidisfrazados, con capas y más capas sin sentido o con el pijama bajo de la falda de tul del disfraz de princesa o que nos toreen hasta el punto que siempre lleguemos tarde al colegio; además, como queremos criar niños que tengan total autonomía y poder de decisión, en bastantes ocasiones dejamos que hagan lo que les plazca, porque mientras sean felices, lo demás no importa (no importa que por ejemplo, indirectamente, les estemos enseñando que llegar tarde a su futuro trabajo estará bien y no tendrá consecuencias, o éstas no les afectarán, ya que papi y mami estarán para salvarlos), y mientras... Hemos olvidado que si no les enseñamos nosotros la diferencia entre libertad y libertinaje, nadie lo hará, que si no les hablamos de respeto, empezando por respeto a los que convivimos con ellos, quizás sea demasiado tarde y que para que adquieran autonomía no se trata de dejarlos hacer sin más sino de enseñarles poco a poco según su madurez y darles responsabilidades adaptadas a ellos.
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Porque no, hablarles de normas no es frustrarlos, ponerles límites no es amargarlos, decirles NO no es ni traumatizarlos ni cohibirlos... No, no lo es. Porque si los límites, las normas y el NO van acompañados de cariño, de amor del bueno, de sentido común y de querer protegerlos de verdad contra los peligros del loco mundo al que los hemos hecho venir, ni se traumatizan, ni se amargan, ni estamos criando niños infelices ni chuminadas parecidas, al contrario, así conseguimos personitas que, además de felices, están aprendiendo a vivir en sociedad, a respetar al de al lado, a que lo primero no siempre puede ser su ombligo, individuos empáticos y con valores.
A mi humilde y nada experto modo de ver, señores míos, la pedagogía da igual si es blanca o negra, lo que tiene que haber es sentido común al aplicar todos esos enunciados, no dejarnos cegar y aplicar a pies juntilla absolutamente todo lo que leemos o lo que nos dicen que ahora se lleva. Vale que seamos padres modernos, padres que no quieren repetir lo que, desde su punto de vista, fueron errores que se cometieron con ellos... yo diría que más bien parece que, por tónica general, somos padres que confundimos dejar que los niños hagan lo que les da la real gana, a todos los niveles, con "que sean felices". La verdadera felicidad no tiene nada que ver con que venga alguien y nos diga: haz lo que te rote, tenga las consecuencias sociales que tenga. Por tanto, mejor si no transmitimos a nuestros hijos ese mensaje erróneo.
Si por no soportar una rabieta porque pensamos que eso es "infelicidad", si porque estamos cansados y queremos paz todo el rato, si porque nos sentimos mal porque no les hemos dedicado tiempo o si porque al negarles algo estamos cerrándoles los chakras, vamos a dejar que nuestros hijos hagan siempre y bajo cualquier circunstancia lo que les dé la real gana, contra viento y marea y afecte a quien afecte, entonces, preparémosnos para la generación de monstruos que estamos creando.
Criar con sentido común no está reñido con criar niños felices. Porque, además, da la puñetera casualidad de que la vida no nos permite estar siempre en ese permanente estado idílico. Así que cuidadín con lo que hacemos o tendremos muchos reproches futuros, cuando cada vez que algo no les salga como querían se peguen el tortazo una y otra vez.
Los niños son felices si les dedicamos tiempo de calidad. Aunque les digamos no, aunque les limitemos su libertad para que no invadan la del otro. Los niños son felices cuando pueden disfrutarnos de manera real e intensa, y cuando nos necesitan y nos encuentran. Sencillo.
Así que dará igual que la pedagogía sea blanca o negra mientras interpretemos según nuestra conveniencia y comodidad y no pensando en las consecuencias de nuestras actuaciones.
Yo, si hay que elegir, por si acaso me quedo con la de colores.

CON M DE MAMÁ y C de COLORES

2 comentarios:

  1. Opino coom tú, yo soy partidaria de ponerles unos límites, de darles las reglas de convivencia necesarias para una familia, decir no para mi no es coartar su libertad o su manera de expresarse. Decir no tiene más cosas implícitas que un simple monosílabo. Es cuidar la paciencia, aprender que hay momentos y momentos, dar importancia a otras cosas...
    Aquí estoy con el café. No creo que sea un post cañero, es lógico. Nunca los extremos son buenos, pueden ser ideales, eso sí, pero poco compatibles con la vida real.

    Besos especiales.

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  2. Noni, creo que es uno de los post tuyos que hubiera firmado yo línea por línea... Olé! Los límites son necesarios. Y unos padres que no hayan perdido la cordura y el sentido común, también..

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Estaré encantada de que opines, te expreses, me cuentes cosas y, en definitiva, de que nos comuniquemos ;) ¿Te animas a hacerlo?