8 de febrero de 2015

La segunda estrella a la derecha...

Se aprende a vivir sin ellos. Así es.
Me negué a creer que cualquier día, a partir del año, normalizaría tu ausencia. Y sin embargo, así ha sido. Supongo que era el miedo a asociar la costumbre con el olvido. Nada que ver una cosa con la otra.
Como muy bien me dijo alguien hace poco, la diferencia radica en que ahora me levanto y me acuesto contigo. Es raro y no es fácil de explicar, pero es como si tú siempre estuvieras en mi cabeza y en mi corazón.
Siguen faltándome nuestros momentos, tu voz, tus abrazos y besos... tu mirada. Y sigue doliéndome cuando lo pienso con detenimiento. Sin embargo, lo soporto con tanta normalidad que lo hago rutina y lo llevo mejor.
Así es pues. Pasa el año y las aguas van volviendo poco a poco a su lugar, aunque cuando hay tormenta de pronto se asalvajan y salen del cauce sin permiso, pero qué menos que permitirme esa licencia de vez en cuando, ¿no crees?
¿Ves? Ahora que me permito pensarte en exclusiva y no compartirte con tus nietos, baños, mochilas, trabajo, y ese largo etcétera... No puedo evitar llorarte, pero no es un lloro desgarrado, de histeria, de desesperación. Es un sollozo que te recuerda de manera dulce y que no te grita para retenerte a este lado. Ya no soy tan egoísta, he aprendido a que debo dejarte marchar y no estar dándote encargos a cada minuto para mantenerte en este lado.
Ahora sé que por fin estás allí, en la segunda estrella a la derecha, más allá del arcoiris...
Por aquí ya ves que poco hay de nuevo: los buenos siguen siendo buenos, los malos haciendo de las suyas. Nosotros viendo crecer a tus nietos, lidiando con el día a día, que no es poco, pero sabiéndonos más que afortunados justo por tener esta lucha diaria.
Sabes que siempre he sido una idealista. Quise ser de Greenpeace, irme de misiones y hacerme militar sólo porque pensaba que así, a lo grande, podría cambiar el mundo podrido que construimos los humanos. A mis casi cuarenta he aprendido que lo grande empieza a hacerse desde uno mismo, desde dentro, y que las pequeñas cosas en nuestra pequeña realidad también cambian el mundo poco a poco. En ello estoy. Pero la inquietud del ir más allá sigo llevándola dentro... Algún día, ¿eh, papi?
Da besitos y achuchones por ahí. Por pedir, pediría que os pasarais por casa un ratito, pero sé que los billetes no son baratos y que con este temporal de frío polar es peligroso, así que me conformo con asomarme a la ventana e imaginar tu sonrisa ocupando el cielo entero.
Bueno papi, me bajo a desayunar que tus nietos me reclaman y mi estómago necesita refuerzos. Sí, lo sé, bajo ya, antes de que me dé el dichoso bajón de azúcar.
Un besito. Te quiero mucho, muchísimo. Hasta la luna y vuelta.
Nos vemos ahí, en la segunda estrella a la derecha.

CON M DE MAMÁ.

3 comentarios:

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