Ayer por la noche, al poco de escribirle este mensaje a Daniela en el envoltorio de su almuerzo: NO TENGAS MIEDO A BRILLAR, me encontré por las redes un artículo muy interesante sobre el síndrome de Solomon y la envidia. Lo podéis leer AQUÍ. (Os lo recomiendo).
Hace ya unas semanas que en casa hablamos del tema del éxito personal y el ajeno, del valor de la amistad, de los gestos que nos demuestran quienes nos quieren de verdad y quienes no, del esfuerzo y su recompensa, de darle importancia a quienes de verdad la merecen y a las cosas que suman... Y todo porque tenemos la suerte de que nuestra hija sienta la confianza suficiente para contarnos siempre lo que le inquieta, le asombra, no entiende o le preocupa.
Cuando hablas con tu hija de 7 años sobre la envidia, no es fácil hacerle entender de qué va si ella no la ha sentido nunca hacia otro, pero empieza a ser menos difícil que la comprenda cuando sí la ha sufrido en alguna ocasión. No es fácil que entienda que en esta vida va a encontrarse con muchas personas que no serán capaces de alegrarse por sus éxitos, pero que sí sonreirán abiertamente cuando fracase. No es fácil que entienda que, al final de la partida, los que de verdad te quieren son quienes están a las duras y a las maduras, y no sólo cuando hay fiesta y buen rollo.
Porque la envidia, señores, está a la orden del día. De hecho, seguro que a quienes estáis leyendo esto os vienen a la cabeza un montón de situaciones en las que vuestro éxito ha jorobado tanto al de en frente que casi que habéis tenido que pedir disculpas por brillar sin pedir permiso. Este post quiere ser un grito de liberación, una protesta o, quizás, un llamamiento a lo simple, a lo humano, al "vive y deja vivir", a esos "qué guapa estás hoy" o "me alegro mucho por ti" que salen naturales y de manera sincera.
Vivimos en un entorno tan érroneo y contaminado que, en muchas ocasiones, tenemos que sentirnos mal por ser felices. La felicidad, como la vida, es cuestión de actitud, no de posesiones ni de altas posiciones laborales. Habrá quien viviendo en la mansión más enorme de su ciudad se sienta desgraciado cada día, mientras quien viviendo a duras penas con cuatro cartones se sienta agradecido por seguir vivo un día más.
Estamos más que acostumbrados a tener que dar explicaciones de por qué nos va bien, por qué hemos triunfado, por qué hemos conseguido nuestra meta... Estamos más que acostumbrados a las críticas o las miradas con mohín cuando, simplemente, parece que todo nos va bien. Las personas exitosas son aquellas que vuelan sin necesidad de pisotear a otros para levantar el vuelo. No hablo de riqueza ni materialidad, hablo de conciencias tranquilas, de individuos capaces de dibujar una sonrisa en su cara y en la de su compañero aunque el día sea negro, y de llorar sin pudor cuando no pueden más.
La norma a la que nos hemos acostumbrado es a no aceptar los elogios sanos y directos, o mejor a no saber encajarlos, y por contra a sentirnos mal cuando brillamos con luz propia o destacamos en algo.
Pues yo no quiero que mis hijos tengan miedo a brillar. Yo quiero que sean capaces de reconocer su éxito y celebrarlo sin culpas, que sean capaces de alegrarse por los logros de los suyos y de los de fuera; quiero que sean capaces de crecer sin pisotear, de compartir su alegría sin pudor y sin sentirse avergonzados por triunfar o conseguir sus metas. Quiero que desconozcan lo que se siente al tener envidia, y que sepan quedarse con aquellos y aquello que les suma, y dejar a un lado a quienes y lo que les resta, ya sean personas, actitudes o acciones.
Yo quiero que mi hija sepa celebrar sus buenos resultados académicos cuando estos han sido fruto de su esfuerzo, trabajo e interés. Quiero que se sienta plena por ganar ese premio literario porque le dedicó muchas horas, pero no porque eso signifique ganar a otros, sino por el mero reconocimiento personal a su trabajo. Quiero que sea capaz de dejar a un lado las palabras que quieren doler y se quede con todo lo que le aportó hacer ese trabajo voluntario, aunque nadie más lo hiciera, aunque haya quien crea que no lo hizo por aprender sino por ser siempre la mejor. Quiero que, a pesar de las envidias o los comentarios de quienes no saben alegrarse por ella porque no han aprendido, esté orgullosa de sus actos, feliz por haber llegado a sus metas y, sobre todo, se sienta capaz de todo lo que se proponga sin la necesidad de chafar a nadie para conseguirlo. Porque ahí está la clave: CRECER HACIENDO CRECER A QUIENES NOS RODEAN.
Así que espero que éste, mi pequeña, sea tu mayor logro: BRILLAR CON LUZ PROPIA Y NO PEDIR PERDÓN POR ELLO.
TE QUIERO. TE ADMIRO. TE RESPETO.
Hace ya unas semanas que en casa hablamos del tema del éxito personal y el ajeno, del valor de la amistad, de los gestos que nos demuestran quienes nos quieren de verdad y quienes no, del esfuerzo y su recompensa, de darle importancia a quienes de verdad la merecen y a las cosas que suman... Y todo porque tenemos la suerte de que nuestra hija sienta la confianza suficiente para contarnos siempre lo que le inquieta, le asombra, no entiende o le preocupa.
Cuando hablas con tu hija de 7 años sobre la envidia, no es fácil hacerle entender de qué va si ella no la ha sentido nunca hacia otro, pero empieza a ser menos difícil que la comprenda cuando sí la ha sufrido en alguna ocasión. No es fácil que entienda que en esta vida va a encontrarse con muchas personas que no serán capaces de alegrarse por sus éxitos, pero que sí sonreirán abiertamente cuando fracase. No es fácil que entienda que, al final de la partida, los que de verdad te quieren son quienes están a las duras y a las maduras, y no sólo cuando hay fiesta y buen rollo.
Porque la envidia, señores, está a la orden del día. De hecho, seguro que a quienes estáis leyendo esto os vienen a la cabeza un montón de situaciones en las que vuestro éxito ha jorobado tanto al de en frente que casi que habéis tenido que pedir disculpas por brillar sin pedir permiso. Este post quiere ser un grito de liberación, una protesta o, quizás, un llamamiento a lo simple, a lo humano, al "vive y deja vivir", a esos "qué guapa estás hoy" o "me alegro mucho por ti" que salen naturales y de manera sincera.
Vivimos en un entorno tan érroneo y contaminado que, en muchas ocasiones, tenemos que sentirnos mal por ser felices. La felicidad, como la vida, es cuestión de actitud, no de posesiones ni de altas posiciones laborales. Habrá quien viviendo en la mansión más enorme de su ciudad se sienta desgraciado cada día, mientras quien viviendo a duras penas con cuatro cartones se sienta agradecido por seguir vivo un día más.
Estamos más que acostumbrados a tener que dar explicaciones de por qué nos va bien, por qué hemos triunfado, por qué hemos conseguido nuestra meta... Estamos más que acostumbrados a las críticas o las miradas con mohín cuando, simplemente, parece que todo nos va bien. Las personas exitosas son aquellas que vuelan sin necesidad de pisotear a otros para levantar el vuelo. No hablo de riqueza ni materialidad, hablo de conciencias tranquilas, de individuos capaces de dibujar una sonrisa en su cara y en la de su compañero aunque el día sea negro, y de llorar sin pudor cuando no pueden más.
La norma a la que nos hemos acostumbrado es a no aceptar los elogios sanos y directos, o mejor a no saber encajarlos, y por contra a sentirnos mal cuando brillamos con luz propia o destacamos en algo.
Pues yo no quiero que mis hijos tengan miedo a brillar. Yo quiero que sean capaces de reconocer su éxito y celebrarlo sin culpas, que sean capaces de alegrarse por los logros de los suyos y de los de fuera; quiero que sean capaces de crecer sin pisotear, de compartir su alegría sin pudor y sin sentirse avergonzados por triunfar o conseguir sus metas. Quiero que desconozcan lo que se siente al tener envidia, y que sepan quedarse con aquellos y aquello que les suma, y dejar a un lado a quienes y lo que les resta, ya sean personas, actitudes o acciones.
Yo quiero que mi hija sepa celebrar sus buenos resultados académicos cuando estos han sido fruto de su esfuerzo, trabajo e interés. Quiero que se sienta plena por ganar ese premio literario porque le dedicó muchas horas, pero no porque eso signifique ganar a otros, sino por el mero reconocimiento personal a su trabajo. Quiero que sea capaz de dejar a un lado las palabras que quieren doler y se quede con todo lo que le aportó hacer ese trabajo voluntario, aunque nadie más lo hiciera, aunque haya quien crea que no lo hizo por aprender sino por ser siempre la mejor. Quiero que, a pesar de las envidias o los comentarios de quienes no saben alegrarse por ella porque no han aprendido, esté orgullosa de sus actos, feliz por haber llegado a sus metas y, sobre todo, se sienta capaz de todo lo que se proponga sin la necesidad de chafar a nadie para conseguirlo. Porque ahí está la clave: CRECER HACIENDO CRECER A QUIENES NOS RODEAN.
Así que espero que éste, mi pequeña, sea tu mayor logro: BRILLAR CON LUZ PROPIA Y NO PEDIR PERDÓN POR ELLO.
TE QUIERO. TE ADMIRO. TE RESPETO.
Plas plas plas, me encanta, comparto
ResponderEliminarM'encissa perque pense com tu!! B7s
ResponderEliminarQué aprendizaje tan importante para nuestros hij@s, amiga! Gracias por tu reflexión, sigue brillando, eres tan bonita...!!!
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