La empatía debería ser una cualidad inherente al ser humano. El caso es que no siempre es así y que, en ocasiones, encontramos a insectos más empáticos que algunas de las personas que nos rodean.
La capacidad de emocionarte cuando alguien a quien quieres te cuenta algo es una suerte.
La capacidad de ponerte en la piel del otro, de sentir de alguna manera su alegría, su miedo, su dolor, su tristeza, su sorpresa e, incluso, su frustración... Es una suerte.
Cuando dejas de ser tú para ser tú+tus hijos, cuando planificas tu vida dejándote a ti en segundo plano y teniéndolos como prioridad, sin que eso implique dejar de ser tú y tus circunstancias y momentos... La empatía pasa a otro nivel. Como cuando jugabas al Mario Bross en la Game Boy y pasabas de pantalla.
Y entonces amas sus alegrías casi más que ellos mismos, y sufres sus penas casi más que las tuyas propias. Te dejas la piel, tu piel, la que tiene esa capacidad de hacerse holograma y habitar el cuerpo de otro, por cuidar tanto de sus alegrías como de sus dolores, aunque no puedas evitar estos últimos y sepas que sólo ellos deben pasarlos para crecer, como tú has hecho.
Cuando tu "yo mujer" se divide en "mujer + madre", sabes que has de multiplicar tus fuerzas hasta el infinito para luchar contra tus fantasmas y los suyos. Cuando los suyos vienen en forma de enfermedad, por efímera que sea, la dichosa empatía sobrecarga la mochila de emociones que te dejan echa polvo y llorando en un rinconcito, aprovechando ese momento en que nadie te ve, porque sabes que, aun estando rota por dentro y fuera, es mejor si te pones tu piel de mamá superheroína y sales a por todas.
Pues, ¿sabéis qué? A veces las mamás nos rompemos. Muchas veces las mamás nos rompemos. Y lloramos.
A veces a escondidas, otras sin buscar rincones.
Y otras veces las madres nos quitamos el traje de heroínas porque nos hemos cansado de saltar de azotea en azotea, salvando el mundo y a los nuestros, y sin perder la sonrisa.
Muchas veces las madres nos mostramos al mundo tal cual somos: más humanas que nadie, más normales que nadie, más metepatas que nadie, más poco pacientes que nadie, más lloronas que nadie, más cansadas que nadie... Y es justo en todas y cada una de estas veces cuando más heroicas son nuestras acciones.
Porque aunque cansadas, tristes, quejicosas, dolidas, quemadas, preocupadas, enfadadas o, simplemente, humanas... Nunca jamás dejamos de sentir como nuestra la piel de los nuestros, y transformamos nuestra dermis en el manto más suave y cálido cuando los abrazamos aún estando rotas.
Y es justo ahí cuando, simplemente humanas, totalmente humanas, nos convertimos en las mujeres más valientes del universo.
Dedicado a todas las madres valientes, luchadoras y, sobre todo, humanas. Ésas cuya piel, a veces, también necesita otro manto suave y cálido que las arrope.
Plas, plas, plas
ResponderEliminarPrecioso.
ResponderEliminar