Por patas y "acongojada" viva.
Pero mejor, empecemos por el principio.
El viernes, tras casi una semana con Pichu enferma (reviscoló por fin el domingo, una semana después de caer) la que escribe estas líneas cayó como hacía tiempo que no lo hacía.
Yo siempre presumo de ser mala hierba, sí, en el sentido amplio de la palabra, así doy carnaza de la buena a quien quiera ponerme a caer de un burro. Bueno, pues tras mucho presumir sobre mi salud de hierro, y a sabiendas (básicamente con analítica en mano) de que mis defensas, proteínas, hierro y hasta el colesterol bueno estaban por los suelos, llegó el día en que tuve que caer... Simplemente por estadística pura, no hay más.
El viernes me levanté con 38 estupendos grados, me chuté un paracetamol, y me fui a trabajar, "que total hoy es hasta las tres". Pues, aunque me jorobe reconocerlo, creí morir. Yo no veía 20 niños en clase, veía 40. Me movía por clase a la velocidad de una anciana y mi cerebrito discurría a la velocidad de... A ninguna velocidad. No discurría. Llegué a casa con los 38 que había salido, hecha polvo y soñando con meterme en la cama.
Y con eso me quedé, claro, con soñar, porque la gripe y los hijos no hablan el mismo idioma, o al menos no lo hacen en la misma frecuencia; así que tuve que esperar al sábado morning para poder, como diría mi padre, "incubar" el bicho metida en la cama, tapada hasta las cejas y durmiendo hasta mediodía. Me cae una bomba al lado en esas horas y no lo cuento.
Pero una que es culo de mal asiento, no pudo soportar el descanso necesario y salió al ruedo. Vamos, que mi gripe y yo acabamos pasando la tarde la mar de entretenidas en el sofá, con Pichu, Rubiazo y el papi de las criaturas que a punto estaba ya de pillarse una excedencia paterna. Menos mal que vinieron los supertíos V y B al rescate, y que contaba con los tíos M y J en la reserva. ;-) Si no, yo creo que de ésta lo perdemos.
El domingo yo ya estaba hasta el pirri (y más allá) de cama, así que le dije a Papi que se fuera sin problema (la situación que lo requería fuera de casa merecía mi esfuerzo y mucho más), y que no hacía falta que viniera nadie a echarme un cable, que yo sola podía con todo... ¡¡¡ERROOOOOOOR!!!
¿Que has dicho qué, mamá? ¿Que tú sola queeeeeé?
Pues sí. De repente, mis dos adorables pitufos se convirtieron en dos minivándalos "granujas de barrio" compinchados que, en cuestión de segundos, habían vaciado todas las cajas de juguetes (cuando digo todas, es TODAS) en el comedor, y corrían de un lado a otro venga la risa y el grito. Yo los miraba y pensaba "¿Esto es una coña marinera o qué? ¡Si yo no puedo con mi vidaaaa!" mientras intentaba pararlos a paso de tortuga (enferma). Yo iba muuuy lenta, y ellos iban muuuuy rápidos.
Tan pronto Hugo abría un estuche lleno hasta los topes de rotus y colores y se los dejaba caer por la cabeza, para deleite y cachondeo de Pichu que lo acompañaba llorando de risa, como mordía una goma, se pintaba la cara, masticaba un color o me hacía un cuadro impresionista ¡EN EL SUELO! Y yo, dentro de mi lenta rapidez ahí iba toallita en mano, arrancándole cosas de las manos, limpiando el suelo, su boca, recogiendo y entrando en una especie de estado catatónico "no puedo con la vida".
Pero mejor, empecemos por el principio.
El viernes, tras casi una semana con Pichu enferma (reviscoló por fin el domingo, una semana después de caer) la que escribe estas líneas cayó como hacía tiempo que no lo hacía.
Yo siempre presumo de ser mala hierba, sí, en el sentido amplio de la palabra, así doy carnaza de la buena a quien quiera ponerme a caer de un burro. Bueno, pues tras mucho presumir sobre mi salud de hierro, y a sabiendas (básicamente con analítica en mano) de que mis defensas, proteínas, hierro y hasta el colesterol bueno estaban por los suelos, llegó el día en que tuve que caer... Simplemente por estadística pura, no hay más.
El viernes me levanté con 38 estupendos grados, me chuté un paracetamol, y me fui a trabajar, "que total hoy es hasta las tres". Pues, aunque me jorobe reconocerlo, creí morir. Yo no veía 20 niños en clase, veía 40. Me movía por clase a la velocidad de una anciana y mi cerebrito discurría a la velocidad de... A ninguna velocidad. No discurría. Llegué a casa con los 38 que había salido, hecha polvo y soñando con meterme en la cama.
Y con eso me quedé, claro, con soñar, porque la gripe y los hijos no hablan el mismo idioma, o al menos no lo hacen en la misma frecuencia; así que tuve que esperar al sábado morning para poder, como diría mi padre, "incubar" el bicho metida en la cama, tapada hasta las cejas y durmiendo hasta mediodía. Me cae una bomba al lado en esas horas y no lo cuento.
Pero una que es culo de mal asiento, no pudo soportar el descanso necesario y salió al ruedo. Vamos, que mi gripe y yo acabamos pasando la tarde la mar de entretenidas en el sofá, con Pichu, Rubiazo y el papi de las criaturas que a punto estaba ya de pillarse una excedencia paterna. Menos mal que vinieron los supertíos V y B al rescate, y que contaba con los tíos M y J en la reserva. ;-) Si no, yo creo que de ésta lo perdemos.
El domingo yo ya estaba hasta el pirri (y más allá) de cama, así que le dije a Papi que se fuera sin problema (la situación que lo requería fuera de casa merecía mi esfuerzo y mucho más), y que no hacía falta que viniera nadie a echarme un cable, que yo sola podía con todo... ¡¡¡ERROOOOOOOR!!!
¿Que has dicho qué, mamá? ¿Que tú sola queeeeeé?
Pues sí. De repente, mis dos adorables pitufos se convirtieron en dos minivándalos "granujas de barrio" compinchados que, en cuestión de segundos, habían vaciado todas las cajas de juguetes (cuando digo todas, es TODAS) en el comedor, y corrían de un lado a otro venga la risa y el grito. Yo los miraba y pensaba "¿Esto es una coña marinera o qué? ¡Si yo no puedo con mi vidaaaa!" mientras intentaba pararlos a paso de tortuga (enferma). Yo iba muuuy lenta, y ellos iban muuuuy rápidos.
Tan pronto Hugo abría un estuche lleno hasta los topes de rotus y colores y se los dejaba caer por la cabeza, para deleite y cachondeo de Pichu que lo acompañaba llorando de risa, como mordía una goma, se pintaba la cara, masticaba un color o me hacía un cuadro impresionista ¡EN EL SUELO! Y yo, dentro de mi lenta rapidez ahí iba toallita en mano, arrancándole cosas de las manos, limpiando el suelo, su boca, recogiendo y entrando en una especie de estado catatónico "no puedo con la vida".
Así que cuando llegó el padre de las criaturas, la gripe estaba en la puerta, maleta en mano y con gesto de "termino mi jornada de hoy y ya no vuelvo; esto es una casa de locos y la que ha acabado mala soy yo".
Y así fue. El lunes por la mañana mi cuerpo no estaba aún del todo preparado para la vida moderna, porque la gripe aún andaba por ahí recogiendo algún calcetín sucio que le faltaba meter en su bolsa. Pero fue llegar la tarde, y tal cual llegó, se fue, de golpe, nada discreta y atropelladamente.
¡¡Hasta nunca gripe de mieeeeerda!!
Pd: En el momento de editar esta entrada, he de comunicaros que LA GRIPE HA VUELTO A CASA. Dice que se le había olvidado tocarle un poco las pelotillas a Papi... Así que ahí están mano a mano. De momento gana la gripe. Con suerte, en cuanto reanudemos la marcha normal de cada tarde, se asusta y se larga ¡para siempre!
Qué hartura de gripe... pero digo yo, cómo se atreve a venir a visitarnos a cada uno a su casa si no ha sido invitada?????Ojalá se vaya pronto de tu casa, que menuda rachita lleváis!!!!
ResponderEliminarBesotes!
jajajajajaja. Pues tendremos que meterle más miedo, que parece que ni con esas......
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