8 de diciembre de 2016

Cuando comprar se convierte en una puñetera gymkana

O cuando prometes que es la última vez que te llevas a tus hijos a hacer la compra entre semana, para evitar que te salgan canas verdes y los ojos te salten de su sitio, básicamente (y sabes que es mentira, y que volverás a hacerlo).
Dedicado a todos los padres y madres de dos (o más, que a éstos les hago la ola, directamente) y a todos aquellos que sueñan con serlo algún día. Va por ustedes.
El lunes tuvimos la opción de separarnos, no en plan trágico, sino en plan práctico: uno a comprar, otro en casa con los retoños, que venían cansaditos del cole y de estar encerrados el fin de semana entero y no habían salido al patio en el cole ni el lunes ni la semana anterior, por circunstancias varias como lluvia, anginas, asma, lluvia... Pero en esta casa somos amantes del riesgo, y decidimos que juntos, mola más. 
Así pues, llegamos al hipermercado en cuestión con un Rubio con mucha necesidad de movimiento, producto de días de encierro y dosis extra de ventolín, y una morena quejicosa y nerviosa a su manera. 
Primera parada: pasillo de la ropa para buscar las dos prendas que Pichu necesita para su competición de hip hop y por las que me negaba a "viajar" hasta la capi, pereza absoluta. El Rubio, que lleva unas semanas siendo mi tercera pierna, o una prolongación cualquiera de mi cuerpo, quiso unirse a la expedición ropa en vez de irse con su santo padre. Situación: no encuentras lo que buscas pero tienes dos hijos mareando la perdiz mientras tanto. 
- Mira mamá, no es para que me lo compres ahora, ¿vale?, pero quiero este suéter calentito y la falda de tul (todo taaaaan necesario para su competición).
- Daniela, éso ahora ni te hace falta ni es lo que buscamos.
- Ya, ya, pero para otro día que vengamos, que te acuerdes.
- Mamaaaaaá, jo vull este palaigüeeeeees! Pol fiiiii, que éste se able así ¡Pum! y l'altle nooooooo!
- Hugo, compramos paraguas la semana pasada (después de haber olvidado todos los que teníamos en un cumpleaños en plena semana de lluvias, claro) y no te hace falta.
- Yaaaa, pelo... (lloros de cocodrilo, producto del cansancio total y la falta de siesta) éste me gusta maaaaás, mamá, por favol, es que yo lo quielo muchooooo.
- Chicos, yo me voy a buscar a papá porque aquí no hay nada de LO QUE HEMOS VENIDO A BUSCAR.
Encontramos a papi. Pero volvimos a separarnos y, cómo no, los miniyos querían venirse conmigo, por si me perdía. 
Segunda parada: pasillo de tuppers de cristal, fiambreras, recipientes varios y un montón de utensilios que gritaban "si me tocas y me caigo, me rompo, gracias". Yo sólo quería comprar unos tuppers de cristal herméticos, comparando precios y calidad. Acabé llevándome los primeros que estaban a la altura de mis ojos, entre:
- Mami, yo quielo esto para lleval el bocata.
- Mami, mira, para decorar las magdalenas.
- Mami, ¿me complas esto para lleval el bocadillooooo?
- Mami, mira este rallador de limón, que es diferente al nuestro y a lo mejor hace otras formas.
Lo dicho, tuppers a ojo, viviendo al límite. Volvemos a localizar a papá. Seguimos comprando en modo "juntos mola más, que así el mareo repartido duele menos". Hasta que, después de varios cuchicheos entre el dúo dinámico y de varias idas y venidas hacia el final del pasillo de las galletas y cereales, me piden que antes de seguir, vaya a ver una cosa.
- Mira mamá, ¡R2D2! (¡Con la iglesia hemos topado! Star Wars en su camino, con lo mega freaks que se han vuelto ambos dos).
- ¡Ay, sí, ideal! ¿Y...? (Mirando sus caras de ruego y la caja de tropecientos kilos de cola-cao con el careto del androide en primer plano).
- ¡Cómpralo, por favoooooor! (coro a dos voces)
- Sí, claro, y así papá y yo nos pasamos otro año entero tomando el cola-cao que vosotros no os tomáis, igual que cuando pedisteis la batiminion.
- Que no mamá, per favor, que se l'anem a prendre, de veres!! Vaaaaa!
- Pero, ¿para qué narices queréis vosotros un despertador de R2D2?
- Para despertarnos por la mañana para ir al cole.
- ¡Pero si os y nos despertáis antes de que suene nuestra alarma la mayoría de días!
Y aquí empezó a mascarse el drama... 
De repente, el Rubio rompió a llorar y Pichu hincó la rodilla en el suelo, como si fuera a pedirme matrimonio, mientras mis ojos se abrían en plan dibujo animado japonés.
- Pero es que... ¡Es que el de Kylo Rhen estaba hace unas semanas y ya no está y seguro que éste se acaba también! ¿Y entonces queeeeé?
- Mami, pol favoooool, lo quelemoooooos.
- Chicos, lo siento pero no, y menos así. No os hace falta, es un capricho total, y repito: en casa aún hay una bolsa del puñetero cola-cao.
Y con esta frase lapidaria me dispuse a avanzar por el pasillo para buscar al cuarto en discordia, que había escapado con una facilidad de profesional. Pero... no me fue posible: UN RUBIO LLORÓN Y ROJO COMO UN TOMATE SE HABÍA PLANTADO DELANTE DE MÍ y me hacía placaje al más puro estilo fútbol americano, mientras su hermana REPETÍA UNA LETANÍA INFERNAL: ¡Por favooooor, venga mamaaaaaaaaaaaaá!", mientras tiraba de mi brazo en la dirección contraria a la que yo quería ir. 
Solución: la invisibilidad, por bochorno y por verme totalmente acorralada y sin capacidad ninguna de movimiento. 
Realidad: no tengo aún ese súper poder. 
Plan B: partirme de risa. Pero reírme tanto, tanto, que acabé llorando. Igual que se reían las personas que pasaban por nuestro lado y contemplaban la escena, entre pena, comprensión y algún sentimiento más que prefiero no saber.
Cuánto más me reía, menos capacidad de controlar la situación tenía, obvio, y más subía el volumen de burrera de la pareja del millón, que hacía no recuerdo cuánto que se ponían en este plan taaaaan tonto. 
Más risas yo, más lloros ellos y más fuerza que hacían, una estirando y el otro en modo barrera de "prohibido el paso a personas ajenas a la obra".
Después de unos minutos así, congelados, que no serían muchos pero para mí duraron la vida... Vi la luz. Conseguí dejar de llorar de risa y hablé, como pude.
- Vamos a consultarlo con papá. (Lo sé, muy vil por mi parte, pero era emergencia total.)
¡Libre! Salieron pitando en dirección al pasillo central. Avasallaron a su padre hablando atropelladamente a la vez, mientras él me miraba, cargadito de amor, sin entender nada y me veía seguir llorando de risa.
Al Rubio consiguió convencerlo rápido, pero Pichu siguió rondándome un rato mientras seguía con una letanía de plañidera que ni ella entendía ya.
La compra siguió su curso. Del estilo parecido al anterior, claro, no fuera a ser que nos aburriéramos. Salimos de allí aturullados, cargados, mareados y con la necesidad del poder teletransportador.
- Has sido tú la que has querido que viniéramos todos, y así estábamos juntitos. 
Encima recochineo.
La próxima vez que tenga una idea así de brillante, por favor, si me queréis, recordadme que, a veces, juntos NO mola más. De hecho, a veces no mola nada.

Con M de Mami y G de Gymkana. 


 



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