22 de mayo de 2016

En esta casa hay normas

Y si nuestros hijos han de cumplirlas, los hijos de los demás también. Podéis pensar que soy una rancia o una seca. Lo que desde luego sí que soy es una madre preocupada porque sus hijos conozcan el verdadero significado de la palabra educación. Parto de la base de que nuestros hijos no son perfectos, ni lo queremos, ni nuestra educación es el modelo a seguir, pero hay una serie de normas básicas convivenciales que no estaría de más que todos enseñáramos a nuestros churumbeles, ya que como bien dice la canción de Elefantes: "Eh tú!! No se te ocurra dejar el suelo sin barrer, que alguien debe venir detrás cansado igual como tú, tratando de entender que sólo somos olas en el mar...".
En nuestra casa jugamos mucho, y hacemos el marrano con arena, plantitas y demás historias para hacer pociones mágicas, llenamos el suelo de purpurina de mil colores cuando estamos metidos de lleno en alguna manualidad, nos perseguimos por toda la casa para matarnos a cosquillas, ponemos la mesa de la cocina y el suelo perdidos de harina y huevo si estamos preparando un bizcocho, convertimos el salón en una juguetería sin orden ni concierto o en un mercadillo de disfraces, llenamos la bañera de espuma para que mamá y papá acaben hasta arriba de la misma, jugamos a peluquería y acabamos llenos de colonia y lo que no es colonia, bailamos hasta caer rendidos con la música más alta de lo normal (jamás a horas intempestivas)... Pero no botamos en el sofá con los zapatos de la calle, ni dejamos todo por recoger cuando hemos acabado de jugar, ni decidimos nosotros la hora en la que visitar al vecino, no. Hay cosas, que parecen tonterías pero que no lo son. Mis hijos saben que para subir al sofá aquí en casa, dado que sus piernas no son aún lo suficientemente largas como para que los pies les cuelguen, se han de quitar los zapatos de la calle, pero no para botar (y sí, claro que en la cama botan, sobre todo cuando no los vemos). Obvio, yo he visto a mi hijo sin zapatos en el sofá de otras casas y haciendo el intento de ponerse a botar, que al fin y al cabo es un niño, pero he estado ahí y lo he frenado en seco, no me he dedicado a mirar para otro lado.
Nuestros hijos conocen la normas de su casa y pueden pensar que en todas partes son iguales, a no ser que desde bien pequeños les hagamos entender que cada casa es un mundo, y que preguntar no es ofender. Igual que pueden aprovecharse del hecho de que justamente no están en su casa para hacer lo que les place, aunque mi experiencia me dice que si conocen normas, esto no es lo normal. Si a eso le sumamos el estar pendientes de su comportamiento cuando estamos en una casa ajena, estamos ayudándolos a aprender el verdadero significado del respeto. Cuando entramos en la intimidad de otro hogar porque alguien nos abre sus puertas y nos da su confianza, lo suyo es intentar no cargarnos su armonía, al margen de que ésta case o no con nuestra manera de hacer las cosas. Si a mis hijos les enseño a que el sofá no es el lugar en el que botar con los zapatos de la calle, espero que cuando vayan a otro casa sigan esa premisa, aunque vean a otros botar. Si saben que cuando acaban de jugar han de recoger, espero de ellos que lo hagan donde vayan, aunque no sepan dónde va cada cosa, y si no es así, ya estaremos nosotros para hacerles memoria. No considero que las normas que tienen sean estrictas, creo que son simplemente necesarias para saber convivir en grupo, ya que luego las costumbres y actos se trasladan a su vida fuera de casa, y en un futuro, a su vida independiente.
Lo que llevo peor, lo reconozco, y no sé si tendrá que ver con el hecho de ser maestra y pensar que en fin de semana no estoy ejerciendo como tal sino como madre, es el hecho de ver a mis hijos, en mi casa, comportándose como niños, pero con sus normas, mientras que los hijos de los demás no parecen tener respeto por ninguna y a sus padres no parece importarles demasiado. No es lo normal, obvio, al fin y al cabo uno acaba juntándose con quien está a gusto en todos los sentidos, incluído en lo que implica la crianza, pero en más de una ocasión te encuentras con situaciones en las que el pensamiento natural en tu cabeza es: "¿pero qué necesidad?".
Insisto, mis hijos se equivocan a diario, igual que nosotros sus padres, gracias al cielo. Y creo que es importante que prestemos atención tanto a lo que hacen mal como a lo que hacen fenomenal. Pero no deberíamos olvidar jamás que estamos criando unas personitas que van a formar parte, ya son parte, de una sociedad que necesita el respeto como clave para poder tirar hacia delante, y conseguir ese respeto es aprender que si actúo según me place sin mirar si mi actitud fastidia al de al lado, me cargo la armonía; y que si el de al lado no mira por mí no tiene que condicionar mi manera de ser y hacer. Al menos así lo vemos aquí.
Los niños son niños, y por eso tienen padres, para seguir siendo niños. Así que somos nosotros, sus progenitores, los que dejamos mucho que desear en muchas ocasiones, sin pensar en que educamos con nuestros actos y que nuestros hijos son nuestro reflejo, el mejor, o el peor.

2 comentarios:

  1. De verdad que si...que importante es el respeto, primero hacia uno mismo y luego hacia los demás. Es uno de los valores que hemos intentado que nuestra hija aprenda desde que nació...pero todavía queda un largo camino..y realmente siento vergüenza de pensar que alguna vez haya podido mirar para otro lado (sin ser consciente, eso si).Y también reconozco que he dejado de invitar a padres a mi casa porque miraban para otro lado como dices.

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  2. Así deberíamos hacerlo todos pero no, hay muchos que no lo hacen y así va la sociedad. Yo me quedo con las palabras bonitas que dicen de mis hijos mis amigas cuando han cuidado de ellos y con que (cuando no estoy delante claro) ponen en práctica lo que les he enseñado para que sus amigos hagan determinadas cosas.

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