A veces nos vienen pensamientos que no sabemos bien a qué se deben, pero que nos hacen entretenernos mentalmente un rato.
Yendo en el coche esta mañana me ha dado por pensar en las bodas. En la estética de las bodas, más concretamente. Todo ha sido a raíz de nombrar un lugar de celebraciones que está cerca de casa; eso me ha llevado al sitio en el que celebramos nuestra boda y voilà, ya tenía el debate en mi cabeza montado.
He pensado el montaje tan intenso que suele suponerle a la gente una boda: vestido y zapatos, flores en la iglesia o el local, el banquete y su menú, y ese largo etcétera. Normalmente si hablas con alguien inmerso en el proceso "organizando boda" tarda cero coma en decirte que menudo lío y cuánto estrés. Yo no recuerdo ni estrés ni lío en la preparación de la mía, supongo que por eso digo que volvería a casarme mil veces más. Aunque, también sé que lo haría con mucha menos gente. Quizás fueron las circunstancias previas al acontecimiento, quizás se juntó también nuestra manera de ser. No lo sé, pero el caso es que llegó un momento en que dije, de corazón, que si no podíamos ir a buscar alianzas, nos casaríamos con anillos de coco, ¡y con vaqueros! En ese momento me daba todo bastante igual, lo realmente importante era ver a mi futuro marido sano, después de su quimioterapia. Quizás por eso, muy probablemente, nos daba un poco igual el "atrezzo", nos quedábamos con el acto en sí. Elegimos el primer lugar al que fuimos, recomendados, porque nos gustó. No hubo más búsqueda, ¿para qué? Quizás no era ni el más "cool", ni el que más salía en las revistas, ni el que más recomendaban las wedding planners, o quizás sí ¿Y? Nos daba igual. Era bonito, la cocina nos gustaba y tenían libre nuestro día. No nos hacía falta nada más. Sólo queríamos celebrar tranquilos ese día, sin pensar en nada más.
Pues no creáis que el postureo es nuevo, hace 9 años ya existía. Sólo que hace 9 años a mí ya me daba igual. Y desde esos 9 años hasta aquí he ido a muchas bodas, he vivido el proceso de algunas de ellas, y sigo pensando que nosotros fuimos los raros. No me ocupé de detalles extremos como que la flor del centro de mesa fuera igual a la quinta que estaba al entrar al jardín y a la decimoquinta de la terraza. Me ocupé de vivir la vida, y de querer celebrarla, que bastante golpe nos había dado ya.
Si miro a mi alrededor más privado, aquí en mi casa, a los míos, veo que sigo sin ser "chica de catálogo". No me preocupan las apariencias más allá de pintarme los morros de rojo porque me encanta, y punto, y de llevar el pelo a mi gusto porque en eso siempre he sido una manías. No tengo cada rincón decorado según las últimas tendencias, ni las sábanas de mis hijos son delicadas y a juego con su armario y el cesto de mimbre de última generación. No. Las habitaciones de mis hijos son su vivo reflejo, porque son ellos quienes eligen los colores que les gustan, que para eso son suyas, aunque a mí ver a Spiderman taitantas veces en la superficie de una cama de 90 me pegue una patada en cada ojo, y más si va de la mano de Elsa y Ana y su " Let it go!". Y para más delito, bajo esas sábanas chillonas asoman pijamas que otras calificarían de "garrulos" porque no son colores pastel y algodón recién cogido, sino más bien la continuación ochentera de las sábanas indiscretas. Pero, oye, es su espacio, su ilusión, su ambiente. Son mis hijos los que colocan sus cosas a su manera, por mal que me empeñe yo en hacerles otra composición. No, desde luego que sus habitaciones no son de revista. Son...personales, que para eso son suyas, y vivas, mucho.
Y si hablo de mis fotos... Mis fotos son reflejo de mi yo, mis momentos tontos, mis momentos inspirados, mis momentos locos, mis momentos reivindicativos, mis momentos auténticos y sin artificios. No pongo el mantel bonito para hacer la foto del desayuno porque mi mantel de diario no es el bonito, es el que limpio fácil, no hay más. Sin embargo, me encanta ver fotos de estética cuidada, en las que nunca faltan flores y donde siempre hay luz.
Mi vida no es pinterest. No lo ha sido nunca, ni quiero que lo sea. En mi vida ha habido una infancia de circunstancias jodidas, una adolescencia con circunstancias digamos entretenidas y un comienzo de madurez con circunstancias duras... Ninguna de estas etapas ha sido pinterest. Han sido todas reales, sin estética cuidada, sin ángulos perfectos, sin magdalenas de colores para endulzar los golpes. Ha habido cosas buenas y cosas para olvidar. Todas genuinas.
Mis circunstancias y yo no hemos elegido el camino de la perfección porque era el más aburrido. Hemos aceptado el desastre cuando venía pero sin renunciar a luchar por hacerlo marchar. Hemos salido al paso de la suerte y la hemos encontrado. Y es por eso que queremos vivir intensamente la realidad. Desde la sinceridad, la autenticidad de cada segundo y huyendo de disfraces de perfección absurda.
Mi vida no será Pinterest jamás. Eso sí, la habré exprimido hasta no poder más. Sin miramientos, sin tanto estudio y sin poses ensayadas. No porque todo eso me parezca horrible, qué va, ya que creo que cada cual decide cómo vivir, simplemente porque yo así no sé y tampoco quiero aprender.
Pues yo estoy como tu, mi vida tampoco es nada Pinterest, pero olle que bien feliz soy así... Yo me case en la orilla de un río vestida de medieval, sin fotógrafo y como alianza use el anillo de pedida, si mi marido y yo jamás llevamos anillo para que me voy a gastar un dineral en alianzas? Un saludo!
ResponderEliminarMe ha encantado leerte, opino como tú. Soy cero Pinterest, y eso que esas fotos me encantan. Pero yo no soy así. Y preparando mi boda tampoco me estresé, prescindí de cosas que me parecían tontería y me limité a disfrutar. Claro que hace unos días tuve que oír (y de boca de alguien que ni siquiera estuvo ahí) que lo mío no fue una boda. Manda... narices. ¿Y qué fue entonces? Si llegamos a ir en vaqueros con alianzas de coco como dices tú ya no sé qué me dirían...
ResponderEliminarGraciaaaas!
EliminarEs que sabes qué pasa? Que siempre habla quien más tiene que callar.
Un besazo!