Las partes del todo

14 de febrero de 2016

Maternidad a presión, como las ollas.

A veces sólo necesito escribir. No hay temas concretos, nada ocurrente; simplemente mi mente está en estado de ebullición y necesita soltar vapor a discreción para recuperar la cordura.
Es en esos días en los que más necesito encontrarme conmigo misma, cuando más imposible es porque el sueño me llega mucho antes de lo previsto, o porque después de todo el día usando el coco a velocidad ultrasónica, me pongo delante de la pantalla y me quedo como ella: en blanco.
La maternidad nos deja pocos rinconcitos nuestros, propios y de nadie más. Solemos compartir el día y cada uno de sus segundos con nuestros hijos y con nuestros compañeros de trabajo, y con nuestros otros "niños" (alumnos) y/o con nuestros quehaceres caseros; a veces, con suerte, también algún rato con nuestras parejas o alguna amiga. Pero la rutina semanal deja poco espacio para sorpresas, y normalmente el lunes va demasiado seguido del martes, y el martes del miércoles, y así hasta el domingo y vuelta a empezar. 
Hay semanas en las que se juntan las enfermedades infantiles en pleno auge, con los enganchones de espalda, la faena atrasada del trabajo y la faena de casa, y simplemente, no ves la luz al final del túnel ni enfocando con una linterna.
Hay semanas en las que, a pesar de todo, no sabes cómo pero sacas tiempo y espacio de donde no los hay, y te sientes la más dinámica del mundo mundial, y todo es felicidad y buen rollito, y pareces una flor hippy en pleno festival de Woodstock. Esos días son simplemente geniales. Luego vienen los días en los que piensas que si vuelves a oír un "mamiiiii" más en tono lastimero vas a tener que hablar seriamente con Houdini para que te haga desaparecer, o con Harry Potter para que te venda su invisibility cloak.
Nobody said it was easy que diría mi querido Chris Martin. Ya hijo, ya. Pero derecho al pataleo tenemos todos, y hoy me pillas cansada hasta la médula y con una necesidad de vacaciones maternolaborales que ni te imaginas. 
Además, por aquí llevamos ya dos horas de rodaje y de momento ya ha habido 20 discusiones fraternales (y seguimos sumando), 10 situaciones de cabezonería pura y dura repartidas entre ambos a partes iguales, varios (muchos) intentos frustrados de conversación entre Papi y yo, niveles de decibelios que superan los de cualquier zona ZAS cada vez que hablan o cantan (que nos hemos levantado hoy en modo Pavarotti y Callas), y suma y sigue. Nada que no pueda arreglar un paracetamol. ¡Mieeerda! ¡No queda! No problem. Voy a amorrarme a la botella de apiretal a la de ya. Y a continuación me voy a por los cantos rodados que tengo en las macetas para metérselos en los bolsillos, porque aunque hace un viento que ni el tornado del Mago de Oz, o salimos a tomar el fresco (figurado, porque por aquí seguimos en primavera) o a la hora de comer estoy pillando tren a donde sea. ¿Algún alma caritativa que me acoja en su reino?
¡Aleeeee! ¡Feliz domingo! ¡Y feliz San Valentín a quienes lo celebréis! 
Nosotros no somos de 14 de febrero, ni de regalitos ni declaraciones de amor justo hoy por ser el día que es, pero que sea domingo ya es una suerte. Y poder pasarlo con mis tres tesoros lo es mucho más. (Con paracetamol y piedras, eso sí).

CON M DE MAMÁ y O de Olla a presión

1 comentario:

  1. Ufff...que identificada me he sentido contigo y eso que sólo tengo una niña y es muy buena pero también tiene sus momentos como todos.
    Yo me he pasado el día de San Valentín con un virus que trajo la niña a casa y si ya de normal hay días que sientes que no puedes más, cuando estas enferma y tienes que seguir con tu rutina...si, la sensación es como si fueras una olla a presión pero aún así también me alegró que fuera domingo y no tuve que madrugar y pude tener varios momentos de sofá.

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