6 de septiembre de 2015

CONVERSACIONES menudas...

Como menudos son nuestros hijos, incluso cuando pasen los veinte, o así los veremos nosotros.
Conversaciones que son necesarias desde incluso el momento en que son pensados.
Nuestros hijos entienden muchísimo más de lo que creemos, y muchas veces, tendemos a subestimar su poder de comprensión. Está claro que hay conversaciones adultas en las que es mejor que no estén presentes, más que nada porque sólo influirían para darles preocupaciones o temores que no son propios para su edad, pero sin embargo hay muchos temas de los que podemos hablar con ellos y que, además, es mejor que así sea.
Aquí en casa hablamos de todo. De lo divino y lo humano. Hemos hablado de enfermedad y muerte cuando, por desgracia, ha habido alguna de las dos presente, hablamos de las cosas del día a día, de sentimientos, de maneras de actuar, de sus inquietudes, de trabajo, de lo que cuesta mantener ciertas cosas, de economía familiar... De prácticamente todo. Y gracias a ello considero que tengo unos hijos bastante sensibilizados con su alrededor más próximo, con la realidad que viven ellos y que viven otras personas y con ellos mismos.
Estos días hemos hablado de la guerra. Con Pichu esta vez porque Rubiazo mientras estaba de siesta. Se quedó horrorizada al ver la foto de una ciudad siria totalmente derruída. Ante su pregunta de "¿Y dónde viven ahora?" le siguieron unas cuantas más. Se quedó muda cuando le respondí a la primera explicándole que viven donde los que sí tenemos casas les dejamos. Hablamos de fronteras y de cómo son esas "puertas de entrada" a los países. Buscamos posibles soluciones a esas cerradas de puerta en las narices. Sugirió que hiciéramos otra habitación aquí y mil cosas más con tal de que esas personas sin casa ni ciudad tuvieran donde guarecerse. Siguió preguntando aún más sobre los que se aventuraban al mar, sobre las familias que se dividían involuntariamente a mitad de trayecto. Me confesó que no se lo podía quitar de la cabeza porque le llenaba de tristeza y que necesitaba que le contara cosas bonitas. Y en ese momento sentenció: "si yo tengo todo esto que me agobia en mi cabeza y estoy aquí con vosotros... "¿Los niños como yo y sus padres qué están en la guerra... qué hacen para olvidarlo?". Touché. "¿Y aquí va a haber guerra?"...
Si una niña de cinco años y medio es capaz de tener tamaña conversación con sus consiguientes deducciones, si es capaz de sentir en su corazoncito y en su piel toda esa barbarie... ¿Por qué ustedes, los de arriba, los poderosos, los intocables NO lo son? ¿En qué momento vendieron sus almas al mismo diablo?

La esperanza es lo último que se pierde, entre otras cosas y básicamente, gracias a la inocencia de los niños. Si yo pienso que todo es una mierda, mi hija de cinco años y medio le da una vuelta de 180 grados al asunto y me demuestra que sí, que se puede arreglar el mundo. El tema es que para que así sea necesitamos a muchos, muchísimos adultos teniendo CONVERSACIONES MENUDAS. Sin embargo no es así, parece que faltan muchas CONVERSACIONES MENUDAS y sobran muchas "de mayores". Habrá que aplicarse el cuento pues.

CON M DE MAMÁ

4 comentarios:

  1. Es tremendo, pero creo que el.primer paso lo damos hablando con nuestros hijos y enseñándoles pequeñas partes de realidad para que, en un futuro no muy lejano, ellos no permitan que pase esto.
    También permitiendo que ellos nos presten parte de su sabiduría....a veces lo más sencillo e inocente es lo más inteligente.

    Besos

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  2. A veces ellos tienen respuestas sencillas que no te esperas,muy muy inteligente pichi,un besazo

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  3. Los niños deberían gobernar el mundo, los mayores con su lado de niño que no debieran perder, deberían escucharles más antes de actuar.

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  4. Igual habría que llevar unos cuantos niños de 5 años al Congreso para que les expliquen cómo funciona el mundo a los que mandan...

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